Podríamos definir patrimonio cultural de una manera amplia como aquello que nos ha llegado de nuestros antepasados y que ha contribuido a una específica configuración del pueblo en sí, del entorno y de sus habitantes.
Se incluyen como tal los monumentos arquitectónicos, documentos históricos, costumbres relacionadas con Ia vida y la muerte, maneras de trabajar la tierra, formas de relación, manifestaciones religiosas o lúdicas y, en fin, cualquier indicio de lo que hoy en día se entiende por cultura.
Qué duda cabe que Ia muestra más importante que se nos conserva en Campillo de nuestros mayores, es el Convento de los Agustinos Descalzos y Santuario de la Virgen de La Loma; quizá no tanto por lo que es o cómo nos ha llegado, sino por lo que fue, por la unión de esfuerzos que supuso para los campillanos del siglo XVII y por la importancia e influencia que tuvo en Ia comarca. Es uno de los mejores conjuntos del Barroco conquense; conjunto en el que se han cometido graves daños, pero del que aún queda en todo su esplendor el magnífico templo y sus riquísimas yeserías que lo adornan.
De unos años antes data la construcción de la Iglesia Parroquial de San Andrés, con una hermosa planta Basilical y relacionada con los maestros constructores Lope de Guelmes, Miguel de Vieta, Francisco de la Portilla y Pedro Gil de la Sierra, de cuales se nos han conservado noticias escritas.
También hay que hablar del pequeño y entrañable templo del Padre Eterno, de 1589. Su artesonado con elementos mudéjares, su retablo con evidencias de gran maestría y sus manifestaciones en la planta, nos lo presentan como un monumento del máximo interés.
¿Cómo sería aquel Campillo que además de los de las existentes ermitas del Cristo, San Roque y Santa Ana albergaba en su entorno otras tantas dedicadas San Miguel San Quílez, Santa Quiteria y San Sebastián? Es cuestión de estudiarlo y de interesarnos por la historia de nuestro pueblo.
Pocos campillanos saben que aquí nació el pintor Gaspar de la Huerta en 1645, quien, trasladado a Valencia, llenó gus templos de deliciosas pinturas, de Ias que incluso ha aparecido alguna en la vecina Portugal; o que aquí también nacieron, ya más próximos a nuestro siglo, el liberal Coronado y el carlistón Potage, que tomaron parte en la guerra de 1834-1840.
Patrimonio cultural son, sin dudarlo, los cuatro escudos heráldicos que aún adornan Ias fachadas que los sustentan; los sencillos y no ello menos hermosos dinteles de piedra, que enmarcan muchas puertas de nuestras casas; las rejas de sus ventanas, de las que, por desgracia, cada vez quedan menos, y entre Ias que hay un ejemplar digno del mejor museo.
Igualmente, a nuestro patrimonio cultural pertenece la Fiesta de San Antón y su curiosa forma de celebrarla, a la que convendría darle algún giro para evitar su desaparición ante la falta de animales de tiro que ha ocasionado la mecanización del campo. ¿Recuerdan aquellos años en que había tantas caballerías que hacían preciso establecer dos bandos, el de las mulas y el de los burros?
Al acervo cultural pertenece también la fiesta de la Virgen de la Torta (la Candelaria) y la torta de la Virgen que en ella se rifaba; la Cruz de Mayo y la bendición de los campos por San Isidro; el doblar de las campanas en la noche de Todos los Santos; el juego del galinche, el truque en el casino, el zurra de San Andrés, el morteruelo de la matazón, el ajo para probar el nuevo aceite, el paseo que se hacía en la tarde de una boda al Rincón de los Tunos donde en el juego de los Pilares se calentaba a los novios. ¿Y la Piedra del Tolmo? ¿Quién no se acuerda de ella, destruida ya por la concentración parcelaria? Bien pudo ser un menhir prehistórico; su forma y su nombre- túmulo- no parecen contradecirlo.
A nuestra cultura pertenece también el cultivo del azafrán, la manera de sacarlo y tostarlo, con unas cualidades que le hacen ser de los mejores del mundo. Y la cocción del espliego, la destilación de su planta para obtener esencia; y los molinos de viento.
En fin, tantas cuantas cosas queramos y recordemos son y pertenecen a nuestro patrimonio cultural. Ahora bien, es una responsabilidad para quienes lo hemos recibido, conservar todo este bagaje de elementos culturales, evitar su desaparición, darlo a conocer, potenciarlo, recuperar lo perdido y aumentarlo para las generaciones futuras. Que nuestra contribución a la cultura del pueblo, si no la enriquecemos con algo nuevo (que no será así), se esfuerce al menos en mantener lo que ya tenemos. Nosotros tenemos la palabra.
Santiago Montoya Beleña 1989
Montaje de fotos realizado por José Luis Mazcuñán Sáiz