Carlos de la Rica y Campillo de Altobuey

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Carlos de la Rica, párroco de Carboneras de Guadazaón, poeta, novelista, editor, humanista, pintor…, que siempre albergó un cariño muy especial por Campillo y sus gentes, fue amigo (y condiscípulo) de D. Guillermo, de D. Manuel Real Alarcón, de D. Luis Martínez Lorente y sus hermanas, de D. Bernardino y Teresa.

Sabedor de que su final estaba próximo, unos meses antes de su muerte vino a Campillo para despedirse del pueblo que tanto le gustaba y especialmente de la Virgen de la Loma, la Señora de la Manchuela, a la que tanto amor profesaba y en cuyo santuario se extasiaba contemplando la lección barroca escrita en su cúpula y en el retablo del altar mayor.

Carlos de la Rica dedicó uno de sus artículos a Campillo de Altobuey y lo publicó en el periódico de Cuenca hace muchísimos años. Es una suerte que un escritor de su altura se ocupara del pueblo, y como homenaje y recuerdo agradecido a su figura y para darlo a conocer a los campillanos, se reproduce íntegramente a continuación el mencionado artículo.

(Introducción de Santiago Montoya Beleña, Campillo, 2001)

Al filo de la Manchuela, Campillo de Altobuey

A veces corresponde a la imaginación la auténtica procesión de las verdaderas imágenes. Digo esto a cuento de las etimologías que inventara Muñoz y Soliba, el cual bien deseara para Campillo de Altobuey poco menos que «un campo o templo dedicado al dios Apis, un pedestal remoto para Osiris con cabeza de toro«. Pero el buen vino se hace en las bodegas y corre generoso por los estómagos sedientos. Y en la mesa hospitalaria de Manuel Real Alarcón prendido entre mosaicos y óleos frente al San Roque por donde penetramos.

Manchuela en el Coso y Cantarranas, en derredor a la plaza donde iglesia y ayuntamiento tantas veces midieron horas, en el arco de interrogación de la carretera cuya curva se encela en la casa rectoral de la parroquia. Notario de buena luz, el convento -que diríamos entre el churrigueresco y la aportación popular del barroco-, nos encontramos con la fiesta de septiembre, comedor de garbanzos torrados y tortas de buen dulzor con alquiler de sacristán. Penetrante olor a pólvora, regresa la imagen de la Virgen a la iglesia, mantenido hoy al favor del buen gusto cuando estuvo no hace tanto tiempo embadurnada y con la ilusión de peregrinas devociones. En ello anduvo el animoso delantal del animado y dispuesto de D. Guillermo.

Suenan en la fama guerrera, tirando boca arriba y metidos al traste de las guerrillas dos nombres con polo opuesto: Potage, carlistón fanático, y el liberal Martín Coronado.

Entre 1834 y 1840 añadieron pimienta subida en el sabor de estas tierras. Ahora sonarán también personajes de la ficción y que bien pudieron ser ciertos por arte y riesgo del escritor y ceramista Real Alarcón y que coloca cuando la aparición por la Manchuela del primer automóvil de línea regular y el buen tempero del azafrán, yo recuerdo a Don Julio Navarro, párroco que fue del Campillo, e inventor de raros artefactos, incluso de un posible traje espacial. Limosnero y liberal, se supieron en un tiempo anécdotas mil de quien tuvo tanto contacto con la música.

Plaza fuerte en el carácter, se forjó una especial aristocracia, limitando a un lado con el caciquismo y la finura. Antonio Cobo, padre de Don Manuel que hizo milicia en la medicina en Carboneras de Guadazaón, farmacéutico y liberal en política, escribió una divertida comedia que debe estar por cualquier rincón de mis papeles. Cobos y Lledós han sido apellidos frecuentes en el nominar conquense. Así como Escobares y Sahuquillos. En la Valencia de junto al lado hay otros apellidos del pueblo apartados por la emigración. La casona insiste siempre a la vuelta y espera debajo del inmenso óvalo del cielo azul.

Al litoral de la plaza -ya antes lo dijimos- está parada la nave del templo parroquial. La isla de esta plaza cruje de humanidad bullanguera y despierta, como una colina de voces. Sonaba el pie sobre la baldosa del templo descubriendo el tronco de piedra de las columnas solemnes. A un lado y tras cancela, la Virgen de la Loma pasea sus ojos por la bandeja de su capilla. Don Guillermo ajusta al borrador de sus proyectos a la torre de sobre el baptisterio. Como un vaso de agua se levanta acogedora la meseta del pueblo.

El bajo trazado de las casonas arremete su línea por entre la pulsura de la villa. Cae un grupo de gente por el camino de polvo hacia el convento a cuyo costado los muros en ruina cobijan la plaza de toros. Otra vez se descubre inconfundible el San Agustín vestido con capa de seda. En 1640 dicen hubo peste por estos contornos, quebrado y pedregoso el término es hoy un júbilo amarillo de girasoles y vides pomposas. De todas maneras, se escancian copas en el camino a pocos metros de uno.

Y bajo hacia Motilla, al sur del camposanto donde un mausoleo modernista incide la habitación de otra vida. El nombre de Campillo por la leyenda lo de Osiris, la cabeza del dios egipcio portada por los fenicios a estas ventanillas. Se supone que el reloj sigue en marcha, atento a la huella feliz de estos moradores fieles al girasol, al trigo, a la vid y al matujo inconfundible al borde de la sementera .

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