Los Teatros de Campillo

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Campillo siempre fue tierra de artistas, siendo conocido como «el pueblo de los músicos», sobre todo por los acordeonistas, y grupos de aficionados que ponían en escena obras de teatro, zarzuelas, vodeviles, variedades arrevistadas, contaban chistes, recitaban poesías, en fin, organizaban su tiempo de ocio de manera autónoma, se divertían, participaban en la diversión colectiva en unos momentos donde todavía la televisión no reinaba en los hogares y la radio no era un producto o servicio generalizado. La necesidad siempre aguza el ingenio y la historia del ocio en Campillo es un buen ejemplo de ello.

Si en principio no había teatros o locales adecuados para ello, el problema se solucionaba montando los sainetes en los corrales amplios, en los porches, en los casinos o en aquellas grandes cocinas y cocheras de las posadas, a donde cada uno llevaba su silla si no quería estar de pie, pagando la entrada con unas perras o mediante productos en especie.

Y estas costumbres «teatrales» de los mayores pasaron al mundo infantil, que también «hizo comedias», como se decía entonces, en las cámaras y corrales, recurriendo a cuatro sábanas o colchas viejas que servían de improvisados telones y separaciones de camerinos, provocando el orgullo y la admiración de las abuelas al ver lo bien que su nieto «echaba una poesía», lo guapa que estaba su nieta vestida de espigadora o la gracia de su otro nieto vestido de pastor. Eran tiempos de pocos medios y mucho entusiasmo participativo.

Teatro del Tío Cadillo

Según Fructuoso Real en sus apuntes sobre historia de Campillo fue el primer teatro que hubo en el pueblo, en la calle del Cura, en la cámara de la casa de J.A. Coronado. Construido hacia 1902-1905, lo bueno de este teatro es que todavía existe, transformado, pero reconocible, con su escenario, camerinos, filas de butacas y decoraciones pintadas en las paredes; la escalera de acceso directo desde la calle ha desaparecido.

Teatro de Fortunato

Por el año 1906 se hizo el segundo teatro completo que existió en Campillo, ubicado en la calle de la Alameda, junto a la tienda de Ambrosio, frente al pub del Jaráiz. El citado Fortunato, según Fructuoso Real, parece que se arruinó con la inversión que hizo en el teatro, o a duras penas la pudo recuperar.

Teatro del Rastro

Situado en la calle de este nombre, fue el tercer teatro que se construyó en Campillo. Corría el año 1908 y su andadura llegó hasta 1927. Fue obra del rico hacendado campillano don Manuel Martínez, quien, viendo la enorme afición de la gente y la presión de sus propios familiares, se decidió a dar el paso y construirlo en una casa vieja que tenía en la mencionada calle. No sabemos quién fue este mecenas de las artes escénicas, ni cuál sería la casa, quizá la conocida como «Finca Roja». En este teatro vio Fructuoso Real sus primeras zarzuelas, y este es un dato importante, porque la zarzuela no solo es teatro, sino teatro cantado, que exige, obviamente, cantantes con aceptable y entonada voz, y músicos que actuaran en directo, a no ser que se dispusiera de pianola o piano mecánico.

Teatro Principal

El cuarto teatro construido en Campillo era el llamado «Teatro Principal», luego transformado en «Teatro-Cine Principal», se hizo en el año 1927, por obra de su fundador Félix Luján, en la calle del Toledillo, donde hoy está la discoteca y el salón de banquetes. Disponía de un amplio patio de butacas, línea de palcos independientes alrededor, gallinero popular y unas filas de asientos llamadas «del agua» (porque al lado estaba el grifo donde la gente aplacaba la sed de las pipas y los tostones salados) en una entrada al antiguo trinquete de jugar a la pelota. La embocadura del escenario estaba decorada con dos grandes figuras recostadas de tono clásico. Quien esto escribe aún recuerda actuaciones musicales de Antonio Lahiguera, Patricio, Santiago, Mari (su Polichinela hacía furor), Ma Laura, Paquita, etc..

Teatro-Cine España

Construido enfrente del Teatro Principal, muy avanzada la cruda postguerra, por obra e inversión de Pedro Tinaut y César Martínez de un millón de aquellas antiguas y valiosas pesetas. Un lujo para el momento, con vistoso telón granate, butacas de las filas centrales tapizadas con terciopelo rojo y laterales de madera, relativamente cómodas, camerinos separados, entrada independiente de artistas y tramoyas por el callejón de las Parras, gallinero de entradas más baratas (el galluflo, decía la gente) con primera fila de preferente y voladizo protector para las cáscaras de las pipas.

Pedro Tinaut, fundador del Teatro-Cine España

Su acústica estaba muy cuidada y conseguida mediante el empleo de fibra o lana de vidrio, de la que un pellizco de ese material restregado en el cuello de cualquier guacho se convertía en el peor pica-pica que uno pueda imaginar. Las civileras tenían reservada la fila quince, en todo el medio de la sala, los mejores asientos. Eran otros tiempos. Para San Anton y para las fiestas de septiembre solía haber «comedias».

Allí actuaron figuras como Antonio Machín, Rafael Farina, Antonio Molina, la Rosita Amores vestida de enfermera y haciendo gala de sus descomunales globos, etc., y entre los artistas locales, José Juan y Pili, que hicieron «La barca sin pescador» de Alejandro Casona, Marisa, que hacía una abuela insuperable en la misma obra y que en la parte de varietés cantaba al estilo de Mary Santpere el «Fumando espero», y el coro de los monaguillos de la época de Don Guillermo, que cantaba sus fechorías en clave de humor.

Aunque la actividad principal de este local fue el cine. Los domingos por la mañana la gente hacía el recorrido para ver los carteles de las películas que se iban a echar por la tarde y enterarse de si iban a ser en color, porque el blanco y negro ya cansaba un poco al respetable. La época de la censura y la calificación moral de las películas hacía estas aptas o no aptas para todos los públicos, y Mariano y Pedro iban con idea para que al menos una de las dos pudiera ser vista por los guachos.

Los dos cines echaban las mismas y al descanso se las intercambiaban, permitiendo a los críos que se cambiaran de cine y volvieran a ver de nuevo la tolerada si la otra no era apta. La picaresca y los escondites para lograr ver la segunda por parte de los mayorcillos, no apta, era sorprendente y se han contado anécdotas muy graciosas.

Lo que hay que resaltar es que un pueblo pequeño como Campillo haya tenido hasta cinco teatros, varios cinematógrafos, dos bandas de música y tantos aficionados a las artes escénicas.

Santiago Montoya Beleña

2009

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