Juan Sáiz Alamanzón: un emprendedor campillano comerciante de hierro en el siglo XVIII

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A primeros de diciembre de 2019, el periódico El Día de Tenerife publicaba una noticia que hacía llevarse las manos a la cabeza a todos los historiadores, por la desidia y la incultura que el hecho narrado suponía. Se trataba del hallazgo entre escombros y basuras de un montón de papeles y libros pertenecientes a un archivo particular, con varios miles de documentos de los siglos XVII al XIX. Correspondían al municipio tinerfeño de La Orotava en buena medida, así como a otras localidades de la provincia, La Laguna. Arico, Garachico, etc., etc. La temática era muy variada, testamentos. cartas, documentos firmados por reyes y obispos, documentación conventual. diplomas, cuentas. inventarios, solicitudes, árboles genealógicos, partidas bautismales, pleitos, capellanías y hasta recetas de cocina que se hacían hace más de doscientos años, como por ejemplo la de los mantecados, las sopas borrachas o los buñuelos de viento, documentos que ahora mismo están en proceso de estudio por de su descubridor, Ángel Padrón, coordinador del Museo del Tesoro de la Concepción, quien fue avisado por un familiar del hallazgo de un libro antiguo tirado entre los escombros y rodeado de papeles viejos.

El historiador Padrón se acercó a ver qué era aquello que le había comentado su familiar y se quedó atónito ante lo que tenía delante de sus ojos, en realidad el contenido de un archivo entero formado por miles de documentos que. al parecer, habían pertenecido a un cura párroco de La Concepción de La Laguna. La cantidad de documentos, así como su variedad temática, eran enormes y del máximo interés para los historiadores.

Este hallazgo y esta noticia de prensa, me llamó mucho la atención a título personal, pero no me sorprendió tanto como a otros colegas, porque enseguida me vinieron a la memoria hechos y situaciones similares que habían ocurrido en Campillo. Así, hace años, aparecieron tirados en el basurero de Campillo un buen montón de escrituras de propiedad, papeles que Alfredo Panadero tuvo la buena idea de recoger, enseñármelos y ponerlos a mi disposición, por si quería echarles un vistazo, como así hice, después de limpiarlos hoja por hoja.

Gracias a esos papeles tirados en la basura pude saber, por una anotación, que en Campillo existió el llamado «‘Cerro de la Horca«, ubicado por el desaparecido molino de viento. la era empedrada y el solar de la antigua ermita de San Cristóbal. una elevación de infausta memoria porque sería el lugar de ejecución y aplicación de las penas a los condenados. En Campillo no han quedado restos, si es que hubo, de lo que se conoce como rollo o picota, un pilar o columna de piedra donde cumplían las penas los malhechores y condenados por la Justicia. En Motilla sí tuvieron, y se ha conservado hasta la actualidad, el rollo o picota municipal y puede verse adornando su parque de El Carrascal. En Campillo solo tenemos esa pequeña noticia del Cerro de la Horca aparecida en papeles tirados entre los escombros, pero que es un detalle de importancia para el conocimiento de nuestra historia local.

De nuevo, el verano pasado, Alfredo Panadero me proporcionó un par de libros del siglo XVIII encuadernados en pergamino, que también había encontrado, hacía unos años, tirados entre los escombros del basurero de Campillo.

El primero de estos libros era un tomo de Moral Cristiana y Escritura Sacra, editado en Venecia y escrito por el P. Jacques Besombes, un eminente teólogo de la Congregación de la Doctrina Cristiana especializado en Teología Moral. Con una edición magníficamente presentada, está escrito en latín y no dispone de ilustraciones grabadas, salvo un pequeño motivo xilográfico en las primeras páginas, ni letras unciales ni capitales de interés. Nada más verlo pensé que debió pertenecer a la biblioteca del convento de Nuestra Señora de La Loma, aunque no había conservado la anotación de propiedad o pertenencia a la misma, el que todos sus libros solían llevar, porque le habían sido arrancadas las primeras hojas. No anduve muy descaminado en la atribución de propiedad, al repasar hoja por hoja y limpiarlo un poco, me encontré con un papel o cédula de votación del siglo XIX correspondiente a Juan Sáiz Notario, un antepasado de hermanas María y Gloria Notario Lodos, quienes, a través de su familia, habían conservado unos ciento veinticinco libros de la biblioteca del convento campillano que les habían llegado por diversas circunstancias históricas a raíz de la desamortización de Mendizábal de 1835.

La familia Notario debió ser de confianza para los frailes, era gente muy devota, con cargos con las hermandades y cofradías del pueblo, gente de Iglesia, con clérigos en la familia, y por alguna de esta razones se harían cargo de los libros conventuales, imágenes y piezas u ornamentos del culto, para evitar su pérdida, desaparición o robo, libros que por fortuna adquirió Juan Vila, cuando fueron sacados a la venta en el mercado anticuario por los herederos de las hermanas Notario, poniéndolos de inmediato a nuestra disposición y de los cuales se exponen en el Museo de Campillo unos veinticinco.

El otro libro que me mostró Alfredo Panadero era un manuscrito de cuentas que había ido confeccionando el personaje referido en el título de este artículo, Juan Sáiz Alamanzón, un campillano de mucho interés para la historia del pueblo y de quien hasta ahora bien poco se sabía. Su primer apellido, Sáiz, es bastante común en Campillo, pero no lo es tanto el segundo, Alamanzón, único en la villa. Solo era conocido por su participación en la vida social de la localidad. Por eso, nada más verlo escrito, me vino a la memoria un documentodonde este campillano aparecía referenciado, y este era el Catastro del Marqués de la Ensenada, en el que Juan Sáiz Alamanzón figuraba como poseedor de caballerías mayores, quizá reducido su número porque se trataba de un documento destinado a recaudar impuestos. En este mismo documento citado, figura también su hermano Mateo Sáiz Alamanzón, quien tenía a su cargo todas las tierras de la ermita de Santa Ana. Hay constancia de que en la población de Utiel existió un palacio o casa de los Alamazón, escrito así, sin la letra «n» intermedia, lo que nos permite pensar que esta familia tuviese su origen en esta población valenciana, antes perteneciente a Cuenca.

Volviendo a este segundo libro manuscrito, su procedencia es desconocida hasta ahora, pero quizá también proceda de la Casa de las Pías, las hermanas Notario Lodos, que entre sus antepasados había algunos que llevaban el apellido Sáiz, como vimos en el anterior libro. Este hallazgo entre basuras y escombros puede encajar perfectamente con el comentario que las hermanas Notario me hicieron en el tiempo en que me dediqué a revisar todos y cada uno de los libros que poseían y que habían pertenecido a la biblioteca del convento de Nuestra Señora de la Loma. Los mejores y bien conservados los tenían en una librería de su sala de estar, pero me hicieron el comentario de que en la cámara tenían muchos más, y que con motivo de que había ratones y los habían mordisqueado, mandaron al mozo que los tirara todos a la basura, sin que sepamos su número y menos su temática. ¿Puede proceder este hallazgo casual de Alfredo Panadero de la llamada «Casa de las Pías»? Pues puede ser, pero quizá nunca lo sepamos con certeza, aunque los apellidos comentados nos permitan afirmarlo.

Y más casos chocantes similares a este hubo en el pueblo, como el que me contó un campillano de que en el barranco de la casa de su abuelo tenían colgado un libro grande, también encuadernado en pergamino, cuyas hojas eran utilizadas como papel higiénico. ¿Cómo me había de llamar mucho la atención esa noticia de lo ocurrido y hallado en Tenerife, si en Campillo habíamos tenido alguna cosa parecida, aunque no fuera tan espectacular?

Juan Sáiz Alamanzón, autor de este Libro de Cuentas Ajustadas, fue un personaje del que hoy podríamos decir que fue un gran emprendedor campillano del siglo XVIII, y es al que quiero dar a conocer a través de estas páginas. Él mismo titula así su libro de cuentas, iniciado aproximadamente hacia el año 1785 (le faltan algunas hojas del principio) y correspondiente su última anotación al año 1822, aunque también al final Ie faltan algunas hojas, que en números redondos podrían ser unas 150, y sin paginar. Su encuadernación en pergamino dispone de solapa o cierre en cartera, con lomo muy deteriorado, y medidas de 20’50 cm de altura por 14’50 cm de ancho.

Me iré refiriendo a la multitud de informaciones anecdóticas que el documento, pero haré especial hincapié en el comercio de hierro que llevaba a cabo nuestro personaje, Juan Sáiz Alamanzón, de notable importancia económica, social y etnológica para la época y para la historia local de Campillo de Altobuey. Nunca habíamos tenido noticia de que en Campillo hubiera existido ese gran comercio de hierro, ni hasta ahora hemos encontrado referencias de fundiciones, escorias de fundición, etc. Sí hay noticias de la existencia de bastantes herrerías y herreros, incluso grandes fraguas, pero nada se decía de este alto nivel de transacciones comerciales con el hierro. Juan Sáiz Alamanzón surtía de hierro, materia prima muy importante, a los herreros de los pueblos vecinos, y o bien lo enviaba con sus propios carros y galeras, chirriones y carretas, o bien venían los mismos clientes a recogerlo y llevárselo con sus medios de transporte, siempre pesando el material en arrobas y libras de la época, anotaciones que suman cientos y cientos de arrobas de hierro. Así, por citar algunos nombres y poblaciones, sabemos que servía hierro a Pedro Álvarez, «Perico el de la Puebla»; a Diego Cabañero y Pedro Antonio Cabañero, herreros de Almodóvar del Pinar; a Colás, herrero de Cardenete; a Miguel Romero y Joaquín, ambos de Alarcón, a Nicolás Martínez y Pedro Navarro, herreros de Paracuellos de la Vega; a Juan González, de Minaya; a Agustín, de la Mota; a Juan Merchante, Francisco Antonio, Pedro Ponte, Juan Martínez, Pedro Lorente, Alonso Lázaro y Pedro Coronado, todos de Iniesta; a Miguel Ábalos, herrero de El Peral; a Juan Curra y Juan Gandía, de Minglanilla. También lleva hierro, sin especificar más, a Casas de Ves; a José García, herrero de La Graja; a Joaquín Luz, vecino de Cardenete; a Bernabé Cantos, de Motilla, etc., etc.

En este libro manuscrito de cuentas, Juan Sáiz también lleva a cabo numerosas anotaciones de nombres de herreros o personas a los que vende hierro, sin que sepamos las localidades donde estaban ubicados, muchos de ellos, quizá vecinos de Campillo, contabilizándose más de setenta y cinco personas, algunas con apellidos muy frecuentes en Campillo y que nos permiten deducir que podrían ser y estar ubicados en Campillo, como por ejemplo: Juan Moragón, Miguel Sahuquillo, Diego Sáiz, Joaquin El Relojero, Bartolomé Alamanzón, Agustín de Moya, Joseph Lorente, Roque de Frías, José Herreros, Juan Mateo Millas, Bartolomé Torres (de Campillo), así como Miguel Cesário Valiente , Lucas Granero y Juan Francisco Sáiz, todos de Campillo, según consta en las anotaciones; Gerónimo y Cristóbal Carrascosa, Diego Salvador, Francisco Moril, etc., etc.;

Del mismo modo aparecen apelativos muy familiares, incluso todavía hoy, como El Rullo (datado ya en 1786), Ruvicos, el Miliciano, el Santero, el Tío Luis, Carruca, la Maja del Liso, el Zurdo, el Tintorero, Cominos, la Berdeja etc., que nos permite deducir que eran habitantes de Campillo.

El hierro parece haber sido el principal producto comercial de Alamanzón, pero no solo trajinó con el metal, sino que también lo hizo con el azafrán y su cebolla, lana, aguardiente, zumaque, cadillos, avena, trigo, garbanzos, guijas, vino, sal, cordobanes, e incluso con arroz, todo lo cual nos viene a indicar que Juan Sáiz era un buen comerciante, un gran emprendedor, que atendía a cualquier producto que le produjese alguna ganancia, recurriendo los pagos al fiado, al aplazado y al trueque de productos.

En una sociedad tan religiosa como la de aquel tiempo, era frecuente poner los pagos a realizar en fechas religiosas destacadas, y hace Juan Sáiz en sus apuntes contables : “los cordobanes… me los ha de pagar para la pascua de navidad de el año 1787” (es la primera fecha con anotación contable que aparece en el manuscrito, si bien se mencionan las fechas de 1777 y 1778 en débitos anteriores); podemos citar otras como una de 1790 «…me lo ha de pagar a la birgen de março”. En el año 1791 dice que un deudor la ha de pagar el hierro “a el Señor San Juan…». En otra deuda de hierro del 1792 anota que “…me lo ha de pagar por todo el mes de setiembre»; otro pago vencía “el día de Todos los Santos”, otro similar «…a primeros de Quaresma»‘, “a la Virgen de Agosto…” (de 1794); “a mitad  de año y lo que no a los Tossantos»; tampoco podía faltar «…a pagar a Nuestra Señora de Septiembre…» en referencia sin duda a la festividad de la Virgen de La Loma del 8 de ese mes; en 1798 se encuentra otra anotación de plazo de pago “a pagar por el día de Año Nuevo de 1798«

En definitiva, que las fechas religiosas se tenían muy en cuenta para fijar los plazos de pago de las transacciones comerciales, eran algo muy importante para la organización social, y Juan Sáiz Alamanzón así lo confirma con su manera de llevar a cabo la contabilidad del negocio.

Al estar ubicado Campillo en el Camino Real Madrid-Valencia y ser lugar de paso de arrieros y trajinantes, es explicable la existencia de numerosos talleres de herrero con fraguas para atender posibles averías y accidentes de los carromatos y galeras. Por eso, en se podía suponer que tanto hierro comerciado por Juan Sáiz debía proceder de Valencia, pero ni una sola mención a la ciudad del Turia ha aparecido entre sus anotaciones. Y ya, al final del manuscrito, aparece una anotación referida a Teruel, zona minera por excelencia, que puede explicar la procedencia de tanto hierro comercializado por Juan Sáiz desde Campillo y donde se abastecería para su negocio:

«Oy día treze de enero de nobenta i seis (1796) me dió Juan Sáiz Alamanzón mil seiscientos reales prestados para un biage y por ser verdad lo firmo yo rroque martínez (firmado y rubricado). Me tiene dao para esta quenta dozientos ochenta i dos rs. 1282. Más quatro arrobas i beinte y quatro libras de lana. Más le tengo dao mil rs. para ir a Teruel».

Aún podemos incluir una última anotación económica bastante importante, que dice así: El día a 20 de nobiembre de el año de 86 (1786) le entregué a Miguel Yuste en la errería nueba quatro  mil quarenta i ocho rs. i catorce marabedís. El mismo día me entregó treinta i ocho arrobas y quntro libras… , y siguen diversas anotaciones de entregas sucesivas de arrobas de hierro, así como de cantidades de dinero elevadas.

Juan Sáiz, como vemos, fue un importante comerciante campillano del siglo XVIII, del que hasta ahora casi nada sabíamos, salvo las menciones que se hacen en el Catastro del Marqués de la Ensenada (pinchando aquí puedes ver la parte donde se habla de Campillo), dado a conocer por quien esto escribe y publicado por el Ayuntamiento de Campillo hace unos años.

Con esto añadimos una página más al conocimiento del devenir histórico de nuestro pueblo, acabando con la vida personal, anotadas de su puño y letra en el manuscrito, su libro de cuentas particular, y como él era el amo, anotaba lo que le parecía bien, datos familiares inclusive. Así, sabemos que se casó con Catalina Lorente Berdejo, con la que tuvo seis hijos, anotando sus referencias filiales hasta en dos ocasiones:

«Nació Juan Pedro Sáiz, yjo de Juan Sáiz Alamanzón menor y de Catalina Lorente Berdejo el año de 1794, el día 30 de enero a las ocho de la mañana y lo bautizó Don Juan Coronao y lo sacó de pila María Sáiz Alamanzón su tía”.

«Nació María Tomasa Sáiz el día a 7 de marzo de el año de 1797 a las quatro de la tarde y la bautizó Don Juan de Lugán (Luján) y lo sacó de pila su tía Valentina Verdejo Lorente (sic)”

«Murió María Tomasa el día 11 de agosto del año de 1822, de edad de 25 años, 5 meses y 4 días, su enfermedad rue unas calenturas ardientes de 8 días, se debantó (sic), se inchó (sic), la inchazón (sic) retrocedió al pulmón y murió a los 14 días de esta enfermedad.» Esta datación es la última que aparece en el manuscrito.

«Nació Catalina el día 10 de junio a las 11 del día el año de 1800». Y al margen se indica que «Murió la dha. Catalina a los once meses».

»Nació Pedro Francisco Rufino el día 10 de julio de el año 1802 a las quatro de la tarde. Lo sacó de pila Catalina Junquero.»

«Nació Josefa Celestina el día 19 de mayo de el año de 1806».

«Nació Francisca Cristina el día veinte y quatro de julio de 1809 a la una de la noche, la bautizó Dn. Juan Vicente Coronado teniente de cura; y fue su madre de pila su tía Ana María Sauquillo Real. Murió el día 3 de agosto el año 1812».

«Nació Juan Enrique el dia 15 de julio de 1812 a las cuatro de la tarde, lo bautizó Dn. Juan Coronado teniente de cura y fue su madre de pila su tía Juliana Sauquillo Real».

Gracias a sus anotaciones conocemos detalles curiosos, como cuánto costaba una libra de azafrán en el año 1792, cuyo precio era de 130 reales. Por el año 1797, el oscilante precio del azafrán había bajado a 95 reales la libra, pero el año 1802 se pagaba a 230 reales la libra, una subida importante.

Asimismo, el precio de una arroba de hierro en el año 1790 era de 28 reales, lo que también nos habla del gran valor que tenía el azafrán campillano, si comparamos los precios que acabamos de referir. Se refieren pagos a los alcabaleros, el cultivo del zumaque y su empleo en el curtido de pieles y confección de cordobanes, etc.

Para finalizar, una vez más hay que darle las gracias a Alfredo Panadero por salvar para la historia local campillana todos estos datos, por recoger y salvar todas esas piezas etnológicas rescatadas en el basurero, muchas de las cuales han acabado expuestas en el Museo Etnográfico de Campillo, pudiendo ser contempladas por todos los campillanos y visitantes, a los que transmiten una valiosa información sobre formas de vida ya periclitadas.

Así pues, algo más sabemos de nuestra historia y eso es muy positivo, porque un pueblo sin historia conocida es como una persona que ha perdido la memoria, no sabe quién es, ni de dónde viene ni a dónde va, está condenado al olvido y a ser olvidado por todos. Esperemos que eso no ocurra nunca con Campillo.

Santiago Montoya Beleña

2020

1 comentario en «Juan Sáiz Alamanzón: un emprendedor campillano comerciante de hierro en el siglo XVIII»

  1. Muy interesante,me ha gustado mucho.Muchas gracias por compartir y darnos a conocer nuestra Historia de Campillo.yo llevo muchos años viviendo en Madrid,pero llevo mi pueblo en el corazon.Un saludo muy afectuoso.

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