La Quintería de Matallana, propiedad de los agustinos recoletos de Campillo

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La mayor parte de los campillanos sabe que la quintería de Matallana perteneció al convento de Nª Sª de la Loma de Campillo, formando parte de la hacienda que los frailes agustinos recoletos fueron juntando a lo largo del siglo y medio que duró la fundación, hasta el año 1835 en que fue desamortizado por Mendizábal y les quitaron sus propiedades.

Es una casa de campo rodeada de tierras de labor, viñas y olivares, ubicada ahora en el término del Castillejo de Iniesta, a la que se accedía desde Campillo por el Camino de la Callencina y se pasaba por parajes como el Hoyo Somero, entre otros.

Esta casa fue construida por los frailes agustinos entre los años 1708 y 1712, aproximadamente. La quintería disponía de almacenes, graneros, pajares, bodega, almazara, quesera y otras dependencias precisas para los trabajos agropecuarios que allí realizaban, sobre todo los frailes que eran legos y donados y algún mozo del pueblo que contrataran en época de cosecha y abundante trabajo. Asimismo, disponían de una pequeña capilla donde llevar a cabo sus rezos.

Con la desamortización pasó a ser propiedad de particulares y así sigue ahora mismo en manos de los herederos de Francisco Cano. La casa conserva todavía algunos elementos de interés, como el relieve con el corazón agustiniano de la fachada, buenas piezas de rejería y un pilón de piedra con inscripción epigráfica.

Relieve con el corazón agustiniano de la fachada

La construcción de la casa se inició siendo prior del convento Fray Pedro de San José, el fraile arquitecto que construyó el convento de Campillo, que fue Prior Provincial y que permaneció como prior en Campillo durante más de veinte años, cuando las constituciones agustinas no permitían renovar o estar en el cargo más allá de dos trienios; pero burlando un poco las ordenanzas, pudo permanecer al frente del convento de Campillo y de las obras de construcción que se llevaban a cabo mientras estas duraron, unos veintidós años.

Los frailes cuidaron mucho la finca de Matallana, lugar de producción y almacenamiento de productos que les iban a servir para alimentar la numerosa comunidad de frailes que llegó a haber, hasta cuarenta, y, quizá lo más importante, almacenaje de productos que iban a ser utilizados para atender a los pobres y menesterosos, enfermos y peregrinos que llamaban a las puertas de su convento y hospicio, dotado este con veinticinco camas, lo que para la época era una cantidad muy importante. Por eso, a la vez que inician la construcción de la casa de Matallana, plantan tres mil vides, quinientos olivos y compran un par de mulas para la labor. A la finalización de las obras de la quintería, los frailes vuelven a plantar otras cuatro mil vides y otros quinientos olivos.

Estado actual de la entrada a la Quintería de Matallana

Las Capitulaciones Fundacionales de 19 de junio de 1680, dejan bien claro en la número dos que los frailes no pueden tener ni acumular hacienda en Campillo, hazas, viñas, olivos o casas, excepción hecha de la “huerta” que rodea al convento con su tapial de piedra, donde los frailes podían obtener hortalizas, frutas y cereales para su sustento.

Así, si recibían tierras o casas por herencia, limosna, mandas perpetuas, etc., en Campillo, estaban obligados a venderlas en subasta, o como fuere, en el plazo de seis meses, y utilizar el dinero obtenido para préstamos a los campillanos que lo necesitaran. Y si no las vendían los frailes, lo podía hacer la Justicia Ordinaria de la villa al mejor postor, entregando el dinero de la venta al prior del convento para conceder préstamos, según se ha dicho antes.

Por este motivo, los frailes no podían tener hacienda en Campillo y se evitaba que en la atención a los moribundos obtuvieran demasiadas tierras en el término, obtenidas a lo mejor mediante algún tipo de presión psicológica, consciente o inconsciente, ejercida sobre personas enfermas, temerosas, con sus facultades disminuidas y estados febriles. Esta obligación legal de no poseer hacienda en el pueblo es lo que les lleva, en mi opinión, a construir la Quintería de Matallana, una casa de labor fuera del término de Campillo, pero lo más cercana posible a su convento.

Esta ubicación, aparte de cumplir con la legalidad, les permitía disponer de productos que podían utilizar para el sustento de los propios frailes y para la atención de los necesitados o enfermos que atendían en el hospicio del convento de Campillo, a la vera del Camino Real, o repartir parte de los excedentes a otros conventos de la orden agustina que estuviesen pasando por un estado de necesidad. Y lo mismo pasaba con otras fincas importantes que fueron de su propiedad en otros pueblos vecinos, como el Monegrillo en Iniesta, o una viña con once mil vides en Motilla del Palancar, casas en Cardenete, Almodóvar, Paracuellos, etc.

Así pues, los frailes habían construido la casa de la quintería de Matallana y tenían un buen puñado de tierras en los alrededores, en los términos municipales de los pueblos vecinos que eran linderos, tierras relativamente cercanas entre sí para facilitar el trabajo de las mismas.

La compra de la Dehesa de Matallana

El día de Nochebuena del año 1734 tuvo lugar un acontecimiento lamentable en Madrid, y fue el incendio del Alcázar de los Austrias, el palacio real de los Habsburgo, desde donde habían gobernado la Monarquía Hispana durante más de siglo y medio.  El rey Felipe V, el primer Borbón llegado a España, mandó arrasar todo lo poco que no había sido pasto de las llamas y se propuso levantar un nuevo y suntuoso Palacio Real, orgullo de la nueva dinastía borbónica, y que ahí sigue en la Plaza de Oriente madrileña. La cantidad de dinero necesario para acometer la obra era inmensa y de algún sitio había que sacarlo. Por eso, el 8 de octubre de 1738 se fundó la Junta de Baldíos y Arbitrios, destinada a descubrir, denunciar, reincorporar y enajenar, si fuera el caso, las tierras que los ayuntamientos o los particulares habían usurpado a la Real Corona. Con estas acciones se quería conseguir un doble objetivo: primero, la construcción de un monumental palacio adecuado para el Monarca y la Corte, y segundo, la defensa del patrimonio de la Corona.

Los frailes de Campillo estuvieron muy atentos a lo que iba a suceder en el futuro, que era la venta de las tierras de realengo y baldíos con la finalidad de lograr ese doble objetivo antes comentado. Así, hace varios años descubrí una documentación de archivo del 20 de junio de 1740, en la que se hace el Apeo de la Hacienda de Matallana por parte del Juez de Baldíos de San Clemente, Don Miguel Gerónimo Bernabeu, quien hace relación minuciosa de todas las tierras que allí poseían los frailes agustinos, señalando también la propiedad de unas cuantas de las que no poseían documentos justificativos, pero sí indican a quién se las compraron, en tiempo de qué prior tuvo lugar la compra o donación o quién las dejó en herencia. Es decir, que querían tener bien claro lo que ya era suyo porque pensaban comprar o acudir a la subasta de los baldíos y realengos que iban a ser vendidos al mejor postor para obtener fondos destinados a la construcción del Palacio Real de Madrid, como así sucedió.

A todo esto que vengo comentando, se añade que el año pasado descubrí puestos a la venta en el mercado anticuario unos documentos manuscritos, de 10 de Diciembre del año 1740 y firmados por el Rey Felipe V, donde se recoge la compra por parte de los agustinos recoletos de Campillo de la Dehesa de Matallana, “sus pastos, hoja y aguas”, adquirida mediante “almoneda y subastación” por el precio de 5.500 reales de vellón.

Se trata de una escritura de venta con indicación del amojonamiento detallado llevado a cabo por los funcionarios reales y firmada por el Rey Felipe V en San Lorenzo de El Escorial el día 10 de Diciembre del año 1740, interviniendo por parte de los recoletos el padre Fray Juan de la Santísima Trinidad, cuyo nombre en el mundo era el de Juan Sahuquillo, apellido que me lleva a pensar que era natural de Campillo, buen conocedor de las tierras y las gentes y en el cual el prior del convento había delegado la responsabilidad y participación en la compra de Matallana. En aquel momento las tierras de Matallana pertenecían a la villa de Iniesta y es allí donde se subastan, con la participación de pregoneros públicos y pastores peritos y conocedores de las tierras subastadas.

Ante mi propuesta de adquisición, el Ayuntamiento accedió a su compra y la escritura se integró en el archivo municipal, a disposición de quien los quiera consultar. Se trataba de una oportunidad única, que no se podía ni debía desaprovecharse, porque de lo contrario hubiera sucedido lo peor, quizá hubiera pasado a manos de coleccionistas, particulares o instituciones extranjeras, perdiéndosele la pista, quizá, para siempre.

No es una escritura muy larga, solo unos quince folios, pero no tiene desperdicio en la información que proporciona, los nombres de los parajes que recoge (la Hoya de la Balsa, el Hoyo Somero, la Senda de los Campillanos, el Rincón de Parra, los Talayones, etc.), los términos que utilizan en ella (como “la hoja”, con el sentido de tierra que se siembra o pasta un año y se deja descansar al siguiente) o el empleo de la palabra “baldidos” en vez de baldíos como expresión más adecuada, pero sin duda se trata de una documentación importante y de gran valor para el conocimiento de nuestra historia local.

Santiago Montoya Beleña

Campillo, 2016

2 comentarios en «La Quintería de Matallana, propiedad de los agustinos recoletos de Campillo»

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