Marcas de canteros medievales en Campillo de Altobuey

Comparte este artículo:

Uno de los edificios campillanos que más admiro, obviamente dentro de los límites de su sencillez y carácter local, es el convento agustino recoleto de Nuestra Señora de la Loma. Aunque hace trescientos años, que se construyera, todavía sigue hablando a quien quiera y sepa escucharlo. Unas veces lo hace de forma nítida y otras no se percibe con total claridad su mensaje, pero lo cierto es que estamos ante un edificio parlante.

La fachada principal, con las inscripciones que la adornan, nos habla de su autor, el fraile-arquitecto Pedro Ocaña (que cambió su nombre al entrar en religión por el de Fray Pedro de San José). Nos dice que es un santuario de importancia supramunicipal, comarcal al menos, y el verso escrito en la piedra no engaña:

Con la comarca esta villa / y con sus hijos Ocaña / en un lustro con su maña / ha hecho esta maravilla.

Como si de un poema se tratara, el arquitecto plasmó su firma en el pergamino pétreo del hastial, en lo más alto de la espadaña, donde con letras bien grandes puso su apellido, OCAÑA, para que no cupiera ninguna duda, y bien en lo alto, como medida de seguridad, pensando en que así nadie le arrebataría el mérito de lo que es obra suya.

Encima del nombre del arquitecto pone algo más, hay una inscripción que no se acaba de leer bien por el deterioro de la piedra y la acción de los líquenes después de tres siglos de existencia. Mejor se lee el año de finalización de la fachada, «Año 1707», y mejor se ve, entre otras cosas, el escudo de san Agustín como fundador de su orden y con las borlas del arzobispo que nunca fue.

Un poco más abajo, encima de las puertas, están las tres hornacinas con las figuras decapitadas de la Patrona, el propio san Agustín y santo Tomás de Villanueva, identificados por algunos restos epigráficos que todavía se puede leer. Se pensaba que las cabezas de la Virgen de la Loma y de los dos santos acompañantes estarían caídas detrás, porque seguramente fueron rotas a pedradas al inicio de la guerra civil. No fue así, vana esperanza. Solo había un nido de listos palomos que habían dispuesto su nido al abrigo del manto de la Virgen, cambiando su advocación, siquiera momentánea, de Nuestra Señora de la Loma por el de Nuestra Señora de los Palomos.

En el alero de la esquina de lo que es hoy la puerta de la sombra puede leerse la inscripción “ANNO DNI. 1697”, que nos da la fecha de finalización de las obras de la fachada principal de convento, «En el año del Señor [de]1697», y cerca de allí se encuentra el marco pétreo de una ventana con una decoración especial en el dintel: son dos sandalias o dos alpargatas esculpidas en la piedra que nos recuerdan que allí estuvo la celda prioral y que el convento pertenece a la rama de los agustinos recoletos o descalzos, y a su descalcez aluden.

La relación de inscripciones, noticias y mensajes trasmitidos en las piedras y en las paredes del edificio, por dentro y por fuera, podría ampliarse más, pero quiero referirme especialmente ahora a las marcas de los canteros medievales que pueden verse en todas y cada una de las dovelas que forman el inmenso arco de medio punto que apareció en la parte trasera del convento, junto a la sacristía.

No se sabe con exactitud la fecha de su construcción, no hay documentos ni otras referencias históricas clarificadoras, pero por su decoración, su estilo arquitectónico, los baquetones que presenta y las propias marcas de los canteros, podría datarse hacia los siglos XIV-XV. Se trata de un arco muy amplio, con mucha luz, y magníficamente construido, con las piedras talladas y encajadas a la perfección. Todas las dovelas llevan una marca de cantero, es decir, llevan la firma de su autor; gracias a ellas se sabía quién la había hecho, dato muy útil para cobrar la faena o retocarla y apañarla si era preciso; servían para saber cómo y dónde se tenían que colocar las piedras; son un signo de identificación y control de calidad en los talleres o logias establecidas por las cuadrillas ambulantes de picapedreros a pie de obra.

MARCAS DE CANTERO siglos XIV- XV. Antigua ermita de la Virgen de los Ángeles.
Santuario de Nª Sª. de La Loma. Campillo de Altobuey (Cuenca). Archivo S. Montoya.

Si la vista no me engaña y mis anotaciones tampoco, son tres marcas que se van alternando y repitiendo por todo el intradós del arco. Hay numerosos estudios que ponen en relación las marcas de cantero con los templarios, atribuyéndoles una intencionalidad hermética o esotérica, o afirmando que son transmisoras de una sabiduría iniciática solo conocida por los miembros de las fraternidades ocultas. La idea es sugerente, pero son los signos lapidarios que se usaron desde mucho antes de la época romana y hasta casi el siglo XVIII, con especial abundancia en la época medieval y un notable descenso en los siglos renacientes. Sea como fuere, lo cierto es que en Campillo aparecen estos signos lapidarios y abren una nueva ventana para el conocimiento de su historia.

Se están confeccionando repertorios de las marcas de canteros a nivel nacional y son una herramienta muy útil, porque puede saberse otros lugares donde trabajaron esos «masones», las obras que realizaron e incluso su propia identificación personal. Habría que comparar las marcas aparecidas en Campillo con las de otros lugares, por si se puede establecer alguna relación, filiación o paralelismo.

Algunos historiadores del arte poco avisados se dedican al estudio de la arquitectura porque, en principio, parece bastante fácil: se tiene a la vista un edificio con mayor o menos empaque, se puede medir, se puede levantar su planimetría y no es complicado hacer una descripción formal. Si se han dejado las pestañas en archivos polvorientos y han tenido un poco de suerte, pueden haberse encontrado con los documentos que hablen de su autor o de su contabilidad y proceso constructivo. Pero esto, con ser muy importante, sin ninguna duda, no lo es todo. El estudio de la arquitectura es algo mucho más profundo y complejo, es el análisis de la construcción del espacio en el tiempo de unos seres humanos que tuvieron serias razones para hacerlo, del tipo que fueran. De ahí la importancia del entorno de las construcciones, del vacío a su alrededor, de su ubicación en un lugar y no en otro, y de las relaciones que se generan, sociales, políticas, económicas, religiosas, culturales, militares, antropológicas, históricas y otras que se puedan pensar. Quiero decir con todo esto que la arquitectura no solo hay que saber verla, sino también hay que saber leerla y comprenderla en el tiempo y en el espacio.

Santiago Montoya Beleña

2011

2 comentarios en «Marcas de canteros medievales en Campillo de Altobuey»

  1. ¡Muy interesante, muchas gracias! ¿Finalmente se ha podido comparar las marcas de cantero para verificar la relación con los templarios? También sería muy interesante conocer más del contexto y transfondo del porque de su construcción. ¡Gracias por el trabajo!

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.