Los Santos Mártires de Campillo

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El culto a las reliquias: origen y evolución

En los primeros años del Cristianismo, los seguidores de Jesús recogieron y veneraron con mucha devoción los cuerpos de aquellos que habían dado su vida por Cristo, de los que habían preferido ser martirizados y sufrir tormentos antes que abjurar de su fe, de los que habían sido arrojados a los leones en los circos romanos acusados de pertenecer a una secta religiosa a la que se le atribuían toda clase de males y de seguir a su fundador: el hijo de un carpintero que decía ser el rey de los judíos. Estos primeros cristianos construyeron en Roma las famosas catacumbas, donde podían reunirse con un poco de tranquilidad, celebrar sus ritos y enterrar a sus héroes o mártires muertos por causa de sus creencias.

La Edad Media fue una época especialmente dada al culto de las reliquias, los sagrados vestigios que daban categoría a la iglesia o monasterio donde se custodiaban. Estos restos, a veces con fama de milagrosos, constituían un foco de atracción en sí mismos y convertían en famosos los lugares donde se veneraban. Los peregrinos corrían a verlos, a rezarles y pedirles algún tipo de merced para cuya concesión no dudaban en entregar pingües limosnas.

Y es que el móvil económico, la captación de dinero, fue en muchos casos el verdadero motivo de la importancia concedida a las reliquias. Por eso tampoco dudaron muchos desalmados en inventárselas si con ello atraían gentes bienintencionadas que con toda seguridad no dudarían en hacer entrega de sus donativos. En consecuencia, es frecuente encontrarse con tantas espinas de la corona de Cristo o astillas del sagrado madero como para crucificarlo una y mil veces más, o hallar mechones de pelo de la Virgen, ampollas con gotas de su leche, trozos de su manto o de la camisa del Niño Jesús, por no citar más que algunos ejemplos.

En la Edad Moderna, Lutero se levantó contra todo este negocio manipulador de la buena intención de los creyentes, pero fue demasiado lejos en este asunto (y en otros que no son del caso) y provocó su excomunión por parte de Roma y declarándole hereje, llevó al Pontífice a convocar un concilio, el de Trento, para tratar de volver las aguas a su cauce, y que surgiera ese movimiento conocido como Contrarreforma Católica que, nuevamente, abogó por el culto a los santos y sus reliquias, siempre que fueran auténticas, claro está.

Las reliquias campillanas

Fue el Papa Paulo III (1534-1549), el convocante del famoso Concilio de Trento, quien concedió a un campillano profeso en la Orden de Religiosos Mínimos de San Francisco de Paula, que estaba en Roma, nada más y nada menos que cuatro cuerpos de santos mártires procedentes de las catacumbas romanas de San Calixto, cuyos nombres eran: San Antonio, San Cipriano, San Severino y Santa María.

La concesión papal fue hecha para que este campillano, que no sabemos quién fue, las depositara y recibieran culto en la iglesia de su pueblo, localidad por donde discurría el Camino Real de Madrid a Valencia. Y efectivamente, aún siguen en Campillo tan preciadas reliquias.

Ubicaciones de las arquetas

Cuando se construyó la actual iglesia parroquial (s. XVI), los Santos Mártires campillanos estaban colocados en una capilla semienterrada o semicripta situada en el presbiterio (espacio que precede al altar mayor), a la que se accedía mediante unas gradas, tratándose, sin duda, de una «confessio» o pequeño «martyrium» visitable por los peregrinos, caminantes y gentes de la comarca.

Por cuestiones de estética y funcionalidad, esta cripta se cerró y en una posterior reforma del altar mayor de la iglesia, llevada a cabo a mediados del siglo XVII, se colocaron las arquetas o urnas que contienen los restos de los mártires en el retablo, donde permanecieron hasta la guerra civil de 1936 y de donde se bajaban para sacarlos en procesión, junto con la Virgen de La Loma, en caso de acusada sequía. Los campillanos siempre les tuvieron una especial devoción e incluso fundaron una hermandad o cofradía de los Santos Mártires que, en el siglo XIX, se transformó en Obra Pía o Memoria a causa de la galopante secularización de la sociedad.

Arquetas en el retablo de la Iglesia de San Andrés, aproximadamente en 1925, antes de ser destruido en la Guerra Civil.

Al estallar la guerra civil de 1936-39, se destrozaron la gran mayoría de altares e imágenes pertenecientes a las iglesias y ermitas campillanas. Pero en medio de tanta barbarie un dirigente de los milicianos que se dedicaban a la quema de santos pidió al párroco de Campillo de entonces, Don Julián Briz, que se llevase a su casa las arquetas o urnas de los cuerpos de los Santos Mártires para salvarlas, lo que, por supuesto, hizo D. Julián; se convirtió así en el custodio de ellas durante todo el tiempo que duró la guerra y gracias a él no se destruyeron. Una vez finalizada la contienda, se construyó un nuevo retablo mayor para la iglesia, de estilo neogótico, sufragado por Doña Antonia López-Cobo, y allí encontraron acomodo de nuevo los Santos Mártires hasta la última remodelación llevada a cabo en el templo, desde donde se trasladaron a la vecina iglesia del Cristo, ubicándolos en la parte superior de su retablo, donde pueden contemplarse en la actualidad.

Ubicación actual en la Iglesia de El Cristo.

Personalmente, nunca las he visto abiertas, pero sí he hablado con personas que lo han hecho y todas han coincido en decir que están llenas de huesos contenidos en vasijas de vidrio y que, incluso, se desprende de ellas el llamado «olor de santidad».

Autenticidad de las reliquias

¿Son auténticas estas reliquias? Parece ser que sí. En la sacristía de la iglesia existió colgado en la pared, hasta la guerra civil, un cuadro que enmarcaba la auténtica, es decir, existía el certificado de garantía y autenticidad de las reliquias de los Santos Mártires, expedido en Roma y firmado por el cardenal arzobispo de Capua, Roberto Belarmino (1542-1621), que luego sería santo, y que iba acompañado de su correspondiente sello.

 San Roberto Belarmino es posterior en el tiempo al Papa Paulo III que concedió las reliquias; por lo tanto, como el certificado de la auténtica es posterior, pudo suceder que el fraile Mínimo campillano receptor del regalo, trajera las reliquias al pueblo bastantes años después, y parece lógico que así fuera ya que la iglesia puede datarse en el último cuarto del siglo XVI e, incluso, no se acaba en esta centuria, porque la torre se está haciendo durante el siglo XVII.

El cuadro de la auténtica era visto a diario por D. Julián, obviamente, pero fue una de las tantas cosas que desaparecieron en la guerra. El párroco que sustituyó a D. Julián Briz fue D. Guillermo Espada; D. Julián, al jubilarse, se retiró a su pueblo natal, Paracuellos de la Vega, donde recibía las visitas de D. Guillermo, quien, seguramente le oiría hablar de la peripecia de los Santos Mártires y lo confirmaría por conversaciones con algunos campillanos ya mayores, pero de memoria lúcida.

Por eso, al haber desaparecido la auténtica o documento que garantizaba la autenticidad de las sagradas reliquias, D. Guillermo Espada pidió a D. Julián en el mes de julio de 1967 que hiciese un certificado o documento atestiguando todo esto, a lo que accedió el buen hombre y, además, declarándolo in verbo sacerdotis, es decir, bajo palabra de honor de sacerdote, expresión y actitud que deja pocos resquicios para la duda.

Pero Don Guillermo todavía fue más lejos, y pidió a Don Gabriel Sáiz, a la sazón médico titular del pueblo, que expidiese otro certificado para confirmar que se trataba de restos humanos. Se abrieron las arquetas en presencia del cura y de otras personas dignas de respeto y Don Gabriel dejó certificado escrito de que había podido comprobar que se trata de antiguos restos humanos, firmándolo igualmente en julio de 1967.

Y estos son los dos documentos o certificados que referentes a los Santos Mártires se guardan en el Archivo y que conviene sea conocida su existencia por todos los campillanos, y que vienen a confirmar las noticias documentales anteriores, del siglo XVIII, en las que ya se hablaba de la existencia de esas auténticas o certificados de garantía.

Otras reliquias en Campillo

Al principio comentamos la importancia que las reliquias han tenido a lo largo de la historia, y Campillo es un buen ejemplo de ello, porque aquí no solo existen estas, sino que también hubo otras no menos curiosas:

Las reliquias de San Jucundino y Santa Victoria en el altar del Sagrado Corazón de Jesús de la iglesia parroquial, con sus correspondientes auténticas enmarcadas y colgadas en el propio altar.

En la capilla de San Antonio (hoy de la Virgen) hubo otra reliquia del apóstol de Europa, el valenciano San Vicente Ferrer, junto a su propia imagen, que creo debía ser la que conservaban en su casa las hermanas María y Gloria Notario, ya fallecidas.

La reliquia del patrón San Andrés, colocada en un pequeño ostensorio de plata del siglo XVI. También se encuentra en la parroquia el relicario, pero mucho me temo que perdida ya la reliquia.

La de Santa Felicitas, perteneciente y venerada por la Cofradía de los Santos Mártires, de la que consta documentalmente que le encargan un relicario.

Y finalmente, la Cruz de las Reliquias, ubicada en un pequeño casilicio junto a la Cañada de la Mesta que entraba a Campillo por el paraje conocido con el mismo nombre de Cruz de las Reliquias. En algún momento se debió trasladar esta cruz a la iglesia del Cristo y así consta su presencia en inventarios de principio del siglo XX, hasta que se vuelve a detectar (si es que no se trataba de otro relicario) en la iglesia parroquial hacia 1909.

Este comentario nos habla de la personalidad y comportamiento de los campillanos de otras épocas, nos hace un bosquejo de la historia de las mentalidades de los mismos, nos da noticias de sus prácticas religiosas y de algunos de los abogados sagrados o santos protectores a los que se encomendaban en caso de necesidad.

Santiago Montoya Beleña

2002

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