Durante la pasada guerra civil española de 1936-1939, Campillo de Altobuey permaneció en lo que geográfica e históricamente se conoce como «zona republicana». El Gobierno legítimo de la nación tuvo que abandonar la capital del país y trasladarse a Valencia ante el avance de las tropas franquistas sublevadas, trasladándose, del mismo modo, el tesoro nacional y buena parte de los cuadros del Museo del Prado que, en camiones, circularon por Motilla por la N-III en dirección a Valencia, desde donde pasaron luego a Ginebra (Suiza), haciéndose cargo de los mismos la Sociedad de Naciones (precedente de la ONU) hasta su devolución una vez finalizada la contienda.
En Campillo se instalaron buen número de refugiados que huían de la guerra y que fueron acogidos, de buen grado o por obligación, en casas de campillanos con los que, en muchas ocasiones, se establecieron muy buenas relaciones de familiaridad, compañerismo y solidaridad entre acogidos y acogedores, compartiendo lo poco que había.
Emisión local de billetes
La situación de penuria que se vivía, económica y alimentaria, obligó a los municipios, instituciones, sindicatos e incluso empresas privadas, a la emisión de papel moneda, los conocidos como «billetes de necesidad» o billetes locales, para paliar la carencia de moneda fraccionaria y facilitar el pago en la vida diaria, porque las monedas de plata (y no digamos si había alguna de oro) se atesoraron, y las de cobre eran codiciadas para darles un uso bélico y fabricar munición. Esta fue una situación generalizada en el país y Campillo de Altobuey no fue la excepción, teniendo que recurrir su Consejo Municipal, recién constituido, a la emisión de estos pequeños billetes que hoy día hacen las delicias de los coleccionistas de notafilia. De este Consejo Municipal fue presidente Juan Diego Garrido Monedero, el sabio y culto labrador.
Personalmente conozco tres ejemplares:
- Uno con valor de una peseta, estampado en febrero de 1937, numerado, sellado, firmado, y adornado incluso con una alegoría clásica, conservado por la familia Segarra.
- Otro con valor de cincuenta céntimos, de febrero de 1937, impreso en la Tipografía Gómez de Campillo, estampado en tinta de color verde, sellado y firmado por el cajero del Consejo Municipal de Campillo, a la venta en el mercado anticuario.
- Y un tercer ejemplar que es de mi propiedad, proveniente de mi familia, con un valor facial de veinticinco céntimos de peseta, numerado, firmado por el Cajero del Consejo Municipal, fechado igualmente en febrero de 1937, adornado con una corona mural y enmarcado por una orla en dientes de sierra que alterna los colores rojo y amarillo en una composición de carácter mosaico. Salió igualmente de las prensas de la imprenta y tipografía Gómez, de Campillo, que años después se trasladaría al vecino pueblo de Minglanilla. El billete mide 55 mm. de alto por 85 mm. de ancho; en un círculo central blanco lleva la cifra de «25», que corrobora la inscripción de igual cantidad de «Vale por 25 céntimos» y su número de serie es el A-300.
No conozco otros, pero estoy seguro de que, en las casas de muchos campillanos, entre papeles viejos, fotos antiguas y recuerdos varios, deben conservarse diversos ejemplares y modelos de estos billetes que, en cierta medida, son importantes para conocer un poco más la historia de nuestro pueblo. Así que desde aquí quiero animar a los campillanos a prestar un poco de atención a estos documentos y evitar su pérdida definitiva.
Afrazan incautado
Del mismo modo, quiero traer a colación otros documentos que también serían de interés para la intrahistoria de Campillo, como son los justificantes que se entregaban a las personas a las que se incautó el azafrán en los años de la guerra. El azafrán de Campillo (no olvidemos que fue uno de los mejores del mundo, junto con el de Motilla y el de Casas Ibañez), fue objeto de requisa en aquel periodo al ser el azafrán una de las pocas mercancías fácilmente convertible en divisas, de las que tan necesitado anduvo el gobierno de la República.
Los agentes gubernamentales recorrían las casas y se llevaban el azafrán que encontraban y que era la forma del ahorro popular entre la gente, pero a la vez, los requisadores extendían un justificante de la cantidad de azafrán que se llevaban y la fecha en que ocurría.
Pues bien, no conozco ninguno de estos justificantes de incautación redactados en Campillo y también sería de notable interés disponer de alguno de ellos para el conocimiento de una faceta más de la historia local. Mis propios abuelos maternos fueron objeto de esta requisa azafranera, pero ningún recibo hemos conservado. Esperemos que alguna persona caiga en la cuenta de que sí dispone de alguno de estos papeles comentados y se pueda facilitar su estudio.
En torno a esta cuestión, contamos con un anecdotario muy sabroso, como lo ocurrido entre las dueñas de las tres casas existentes en la calle Honda (o Callonda, como se dice en Campillo), entre el callejón de la Molineta y el siguiente que no tiene salida, las cuales se pasaban astutamente los cestos con su azafrán por las tapias de los corrales colindantes hasta que hubieran pasado los requisadores, quienes registraban las casas de arriba abajo en busca del azafrán e incluso eran conducidos hasta el mismo por su penetrante e inconfundible olor.
Espero y deseo que con estas líneas se despierte el interés de los campillanos por estos aspectos de su historia que no por ser más cercanos en el tiempo carecen de valor documental y sirven para llenar y conocer una pequeña parcela de las vicisitudes económicas por las que pasó la peripecia vital de Campillo y sus gentes.
Santiago Montoya Beleña
Campillo, 2014