«Mi Libro» de Juan Diego y su elogio del aceite de oliva

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En 2014 se editó en papel la obra que en 1953 Juan Diego Garrido escribiera, o, mejor dicho, recopilara, titulada “Mi libro” (tan personal, tan sentido y tan inspirado en ocasiones). Así, se puso al alcance de todos los campillanos una pieza literaria de profundo calado para haber sido escrita por un mozo de mulas, que hasta entonces solo conocíamos un pequeño grupo de gente de Campillo que habíamos tenido acceso a la obra mediante copias del manuscrito, ya una belleza en sí mismo por la caligrafía tan cuidada con que lo redactó Juan Diego.

Era necesario darlo a conocer y posibilitar su lectura a todos aquellos campillanos que quisieran zambullirse en formas de vida pasadas. Por eso, se hizo una edición, de cuya preparación y gastos previos se hizo cargo quien esto escribe, y los beneficios resultantes generaron un donativo que fue entregado a la Virgen de la Loma para ayuda de los gastos parroquiales.

Jugaron un papel muy importante en la venta y distribución del libro publicado las mujeres de Campillo, y especialmente la Elisi, la del Rincón de Roque, siempre dispuesta a colaborar y siempre con unos cuantos ejemplares en el carro de la compra para enseñarlo y venderlo a quien tuviese interés en adquirirlo. Todos los libros se vendieron y no quedó ni uno.

(Al final de este artículo se encuentra el botón de descarga de «Mi libro» en formato pdf para poder leerlo en pantalla, imprimirlo…)

Merecería la pena hacer una nueva edición del libro de Juan Diego en versión facsimilar, por la letra tan bonita que tenía el autor, quien, como dice Santiago Montoya, “Juan Diego no escribía, Juan Diego dibujaba con palabras”.

La lectura de la obra de Juan Diego proporciona constantes sorpresas, nos aviva la memoria y el recuerdo y recupera palabras y usos ya en declive.

Especialmente me llamó la atención el elogio que hace del aceite de oliva en una poesía que escribió en el año 1928, titulada “La dicha del ahorro” o “Cosas de un abuelo”, que está incluida en su libro de 1953.

Resulta que lo que ahora está tan de moda (la dieta mediterránea, los productos naturales, el aceite de oliva virgen extra…)  ya lo vislumbró Juan Diego en 1928. Con sus ahorros había comprado una tierra en el paraje de “La Cañadilla”, nombre de resonancia ganadera y mesteña, donde plantó doscientas vides y treinta olivas, “mis olivicas”, según escribe él.

Y buen poeta tiene que ser quien es capaz de decir que la tierra bien binada es “fresca, jugosa y sonriente”, o que al hablar de las liebres y los chorlitos que buscarían el frescor de las pámpanas en las cálidas noches de verano, no duda en reconocer a los animales la posesión del sentimiento de la belleza, o que todo lo que haga el hombre debe de estar impregnado de arte, de inteligencia, de sabiduría y amor.

Y así el agricultor contribuye a la creación del paraíso en la tierra y se extasía contemplando su obra de creación, los árboles que plantó por su propia mano y que admira agradecido de la misma manera que un arquitecto, un escultor, un pintor, un poeta, un músico, contempla sus obras de arte, las creaciones salidas de sus manos, o escucha las melodías que ha compuesto. Ahí es nada: Juan Diego no duda en comparar a un agricultor con el más eximio de los artistas, y razón no le falta.

El poema “La dicha del ahorro” o “Cosas de un abuelo” es bastante largo, consta de treinta y cuatro estrofas de ocho versos cada una y remitimos al libro a quien quiera leerlo completo, no tiene desperdicio, pero aquí solo incluiremos alguna estrofa de la parte que se refiere al aceite porque es lo que queremos resaltar en este escrito. Aquí van:

(…) Y al finar [el] otoño, ya las aceitunas,

de tan sazonadas, están renegridas;

cojamos el fruto, que aún hace buen tiempo

y por si nevara, cojámoslo aprisa;

llenemos de aceite todos los cacharros,

la tinaja grande y las dos redinas;

¿y con el que sobra y no cabe, qué hacemos?

pues … buscar vasijas.

Sigamos gastando del aceite viejo

 y dejemos el nuevo, que el tiempo lo afina;

¡hay que ver! qué sartenes de aceite dorado

que gasta la abuela friendo sardinas

cuando hace la cena; pues ellas se vuelven,

se suben, se bajan, se escapan y brincan

como entre las olas del Mediterráneo

cuando estaban vivas.

¿Y en los picatostes?, ¿y en las ensaladas?

¡pues no digo nada! cuando guisa migas

que llaman “de niño”, con bastante azúcar

y además, les pone algunas torrijas …

qué burbujas que hacen por entre el aceite;

qué agradable al gusto esta golosina,

y para comerlas, mejor que calientes,

las comemos frías.

Pues ¿y los gazpachos con torta de trigo

(que a quien tiene aceite no le falta harina),

con ajos, patatas, alguna canela,

y el caldo y la carne de liebre o gallina?

!qué bien que se corren¡, !qué bien se voltean¡

y qué bien se tuestan con una gavilla,

y nunca se pegan porque siempre tienen

el aceite encima.

“Pues ¿y cuándo hacemos ajo en el mortero?

¡qué charco de aceite tiene siempre arriba!

¿y si con patatas, o bien con cebolla,

o espárragos tiernos hacemos tortilla?;

pero ¿a qué seguir?, no hay comida mala;

el aceite arregla todas las comidas

y donde lo tienen, hasta el picaporte

de la puerta, brilla…

¡Ah!, se me olvidaba el rico aji-oli

que se hace con huevo y es cosa exquisita

y nos lo comemos con tiernas chuletas

asadas al fuego sobre las parrillas;

qué bien que le dice al rico vinillo

de nuestra cosecha, que está que echa chispas,

y mientras comemos, el porrón no para

y al techo se mira …

“Pues, ¿y el que empleamos en llenar orzas

cuando se hace el frito de las longanizas

y otros preparados que se hacen del cerdo

como los chorizos, lomos y costillas

que si no se fríen y cubren de aceite, damos por seguro que se perderían

y así se mantienen frescos todo el año,

como el primer día …?

“El aceite es oro, por tan necesario,

pero el cosechero, jamás lo escatima;

mas, el desdichado que olivas no tiene

y ha de ir al comercio a por media libra,

que es caro y muy malo, cuando a guisar va,

la sartén prepara y la alcuza inclina

y dice, !bueno¡ !bueno¡, ¿sabéis que le echa?,

pues … una mentira …

Como podemos ver, Juan Diego se deshace en alabanzas del rico producto, sabroso y valioso, que hasta para algunos males de remedio sirve y es una buena forma de potenciar el ahorro.

Quizá a muchas personas les haga sonreír esta loa del llamado “oro líquido”, eran otros tiempos, qué duda cabe, año lejano de 1928. Por fortuna la vida ha cambiado, parece que para mejor, aunque hay opiniones para todos los gustos, pero Juan Diego nos transmite una información preciosa acerca de la escala de valores imperante en aquellos tiempos, la virtud del ahorro, los usos culinarios de antaño, palabras o expresiones en peligro de desaparecer, tantas y tantas cosas que podemos hallar en las palabras de Juan Diego, cuya lectura no dejaremos de recomendar a quien quiera pasar un buen rato y remontarse a las formas de vida del Campillo de otros tiempos.

Jose Luis Mazcuñán, “El Arriero”

2015

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