El puchero de las Ánimas de Campillo

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El puchero de las Ánimas que vamos a comentar a continuación es una de las piezas más singulares y valiosas para conocer la historia local de Campillo de Altobuey, expuesto en la actualidad en el Museo Histórico y Etnológico de la población manchuela.

Perteneció esta pieza alfarera a una antigua cofradía que existió en el pueblo hasta principios del siglo XIX, la Cofradía de las Ánimas Benditas del Purgatorio, cuyo objetivo principal era rezar y decir misas por las almas de los hermanos cofrades difuntos y por las almas de todos los fallecidos para lograr sacarlas cuanto antes del Purgatorio y que pasaran a gozar eternamente de la Gloria Celestial.

Se trataba de una cofradía cuya labor para obtener fondos económicos era pedir limosnas y dedicar lo obtenido a ese menester piadoso de sacar del Purgatorio las almas de los fieles difuntos, y en especial las de sus hermanos cofrades. Por eso, este puchero era un recipiente que se usaba para pedir limosna por parte de los pedidores de la cofradía, toda clase de limosnas, como luego veremos.

Es una pieza excelente de la alfarería campillana, del siglo XVIII, encargada directamente por la cofradía a alguno de los alfareros de Campillo, artesanos de los que tenemos datados y son conocidos los nombres de algunos de ellos ya desde el siglo XVIII. La vasija está perfectamente realizada, con gruesas paredes, vidriado al completo por dentro y por fuera, y dispone de una decoración incisa realizada con motivos muy populares.

Además de esta decoración y vidriado verde oscuro, frecuente en la alfarería de Campillo, el puchero porta alrededor de la boca una inscripción que no deja lugar a dudas sobre su propiedad y que dice así: “SOY DE LAS ALMAS DEL PURGº[PURGATORIO].

Como fue el caso de otros tantos objetos, el puchero fue a parar a la casa de la familia Notario Lodos, o casa de Las Pías, pero la inscripción de propiedad deja bien claro que no era de ellas, que no les pertenecía, y que a lo sumo eran las encargadas de su guarda y custodia, por haber sido algún miembro de la familia hermano de la cofradía o haber tenido algún cargo en la misma, pero nada más, y mucho menos se podía alegar que era de su propiedad.

Como con el paso del tiempo la cofradía se extinguió, este puchero limosnero del siglo XVIII sobrevivió, y menos mal que los últimos descendientes tuvieron el gesto de entregarlo al Ayuntamiento, de donde pasó a exponerse entre los fondos del Museo municipal en su sección de Historia.

No corrieron la misma suerte otras piezas que habían llegado a la familia Notario Lodos, como fue el caso del bargueño de la celda del prior del convento de los agustinos, o una imagen barroca de San Vicente Ferrer documentada en la iglesia parroquial, o una limosnera de la Virgen del Carmen, quizá perteneciente a la misma cofradía, piezas que fueron vendidas en el mercado anticuario, como también se pusieron a la venta un lote de libros pertenecientes a la biblioteca del convento agustino y que gracias a la compra que de ellos hizo Juan Vila siguen en el pueblo y se exponen unos cuantos en el museo campillano.

En el año 1997 escribí un primer artículo sobre las ollerías de Campillo, publicado en la Revista CUENCA que edita la Diputación Provincial, y allí citaba este puchero petitorio como perteneciente a una colección particular existente por aquel entonces en Campillo, y así era porque la vasija se hallaba en la casa de Las Pías, mientras que en la actualidad forma parte de los fondos del museo de Campillo, donde puede contemplarse en sus vitrinas.

Decoración del puchero.

La pieza mide veintiocho centímetros de altura y trece de diámetro en la boca. Su decoración presenta las figuras de dos pajarillos realizados de forma esquemática, uno a cada lado de un jarrón con flores siguiendo la misma técnica de incisión. A un lado y otro del asa muestra dos corazones, uno de ellos asaeteado, y el otro con una letra “A” mayúscula, que quizá alude también a su legítima propietaria, la Cofradía de las Ánimas. Unas guirnaldas vegetales completan la decoración y nos confirman la excelencia de esta pieza salida en el siglo XVIII de las alfarerías campillanas, de las que conocemos los nombre de algunos olleros ya desde ese siglo XVIII, como por ejemplo Alonso Sahuquillo, Bartolo de Yepes, Pedro Pérez, Benito Castellano y Juan Sahuquillo, nombres de los artesanos que no suelen aparecer con frecuencia en los estudios sobre alfares y alfareros, circunstancia esta que señala más si cabe a las ollerías campillanas.

Del mismo modo, al ser los agustinos de Campillo grandes consumidores de alfarería, escudillas, ollas, jarras, platos, etc., compraban estas piezas en otros lugares, como Utiel, Requena, Valencia o Barchín del Hoyo, proporcionando los libros de cuentas el nombre de un alfarero de esta última población conquense citada. Más cercanos en el tiempo, conocemos los nombres de otros alfareros campillanos, como Patricio Huerta, Eusebia Pérez, Mateo el Ollero y Vicente Castellano, este el último alfarero de Campillo.

La Cofradía de las Ánimas de Campillo (más información en este artículo en pdf), que estaba bien organizada, tenía cofrades que salían a pedir por el pueblo, sobre todo al anochecer, eran los “pedidores de noche”. En tiempo de carnaval salían a pedir los “pedidores de Carnestolendas”. Todo lo que obtenían en su petición de limosna era subastado en almoneda pública, o bien se hacían dulces, como las “culebras de mazapán”, los “rollos de colación” o los “buñuelos”, que también eran subastados todos públicamente, y todo el dinero obtenido se dedicaba a encargar misas por los hermanos cofrades difuntos y por las Benditas Ánimas del Purgatorio.

Se pedía limosna de casi todo, aunque la petición estaba bien organizada y reglamentada para no chocar con los intereses limosneros de los agustinos recoletos de Campillo, pedigüeños por excelencia para atender los gastos del hospicio que tenían montado en el convento donde atendían a los necesitados que llamaban a su puerta en demanda de cualquier tipo de auxilio. Los animeros pedían vino, aceite, miel, harina, trigo, legumbres, huevos, azafrán, etc., etc., cada producto en su tiempo y momento.

También obtenían fondos económicos de lo que hoy llamaríamos “la democratización del frío”, es decir, que la Cofradía de las Ánimas tenía y explotaba una nevera o pozo de nieve, donde en invierno se empozaba o ensilaba en condiciones adecuadas la nieve caída, era prensada y protegida con paja y ramas, vendiéndose en el verano para uso terapéutico, es decir, curar unas fiebres, rebajar inflamaciones y contusiones, o para un uso lúdico del hielo, hacer refrescos y sorbetes o enfriar el agua y el vino.

¿Y dónde estaba ese pozo de nieve o nevera? Pues estaba ubicada en el conocido Callejón de la Nevera, ahora más conocido como Callejón de Pajarillo. Los que ya tienen alguna edad recordarán la existencia de dos o tres casas en ese lugar que estaban muy hondas, la barbería de Agustín, la casa de Antonio el de la Cristina y alguna otra, a las que para entrar había que bajar varios escalones, hondos, cuya profundidad podía ser debida a la ubicación allí de la Nevera de las Ánimas, cuya actividad y explotación están perfectamente documentadas en los libros de archivo. No tendría sentido que en una zona céntrica y alta del pueblo se hicieran esas casas tan profundas, si no es que se trataba de construcciones realizadas aprovechando la nevera de las Ánimas que en algún momento fue enajenada.

La cofradía también vendía hielo a los carreteros y trajinantes que pasaban por Campillo en dirección a la corte madrileña portando productos perecederos, pescado de Valencia, carnes y frutas especialmente. Al estar situado Campillo en el Camino Real, era lugar de descanso y abastecimiento, y cada cierta cantidad de quilómetros, paraban para abastecerse de hielo en otras poblaciones y llevar sana y salva su carga a Madrid, como por ejemplo fue el caso de Requena y otros pueblos del Camino Real que también disponían de nevera o pozo de nieve.

Así pues, los beneficios obtenidos por la explotación del Pozo de Nieve o Nevera se añadían a los que obtenían mediante el uso del Puchero de las Ánimas, donde la generosidad de los campillanos y hermanos cofrades depositaban lo que su economía les permitía en cada momento y era destinado al encargo de misas por los fieles difuntos al abundante clero local, secular y regular, de la parroquia y del convento.

El Puchero de las Ánimas del museo de Campillo, que hemos querido destacar en estas líneas, es una pieza importante de la tradición alfarera campillana, y está acompañada por otras muchas, de gran valor etnológico, como las más de cuatrocientas vasijas del siglo XVIII que aparecieron rellenando las bóvedas del convento en el momento de su restauración.

Santiago Montoya Beleña

2020, año de la pandemia

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