Las decoraciones de la iglesia del Convento en Campillo de Altobuey: pareidolias, monstruos y demonios

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La decoración de la iglesia del Convento

Al aproximarnos al convento agustino-recoleto de Campillo, lo primero que nos va a llamar la atención es la fachada desornamentada de lo que fue el edificio conventual. Sin embargo, al dirigir la mirada a la de la iglesia del santuario, vemos que en ella la decoración es más abundante, con inscripciones epigráficas, relieves pétreos y restos de imágenes de bulto redondo en los nichos que la exornan. El estilo decorativo del convento campillano es un barroco desornamentado, aunque cambie notablemente en la fachada del templo, que se presenta con decoraciones más abundantes.

Ahora bien, al penetrar en el interior del santuario, que es la parte del complejo arquitectónico mejor conservada hasta la actualidad, nos encontraremos con una profusa decoración de yeserías que se extienden por sus bóvedas, sus cornisas y el intradós de la cúpula.

No olvidemos que la fundación del convento de Campillo, allá por los años 1680-90, se adscribe a la Provincia Agustina de Andalucía, de la que fue la última fundación de aquella etapa agustina conocida como de la Antigua Recolección. Es decir, que el convento de Campillo es una fundación andaluza, podríamos llamarla así, llevada a cabo en este lugar de La Mancha, más concretamente de La Manchuela, y de ahí la presencia de decoraciones más propias y habituales en localidades andaluzas, ornamentaciones que recurrían al uso de yeserías, aparentes y aparatosas, pero baratas y eficaces, sustituyendo con ellas al mármol, más caro de utilizar y más difícil de trabajar.

Incluso, con el paso del tiempo, las yeserías tan efectistas van a ser sustituidas por pinturas, todavía más baratas en su realización y más fáciles de llevar a cabo, necesitando poco mantenimiento. Hace algunos años se cayó una voluminosa yesería en el crucero, y con tanto peso y elevada altura partió en dos un banco de la iglesia, por lo que no se pueden olvidar las labores de mantenimiento de estos adornos y el anclaje seguro de los mismos.

De todos modos, no suele haber nada gratuito y sin alguna intencionalidad en la arquitectura sagrada, todo tiene una razón de ser, todo tiene un objetivo, se busca alguna finalidad, catequética, espiritual o simplemente decorativa. Pues aún con materiales sencillos y económicos se transmiten ideas religiosas y doctrinas sagradas para que quien las supiera ver las descubriera y entendiera lo que aquello quiere transmitir. Hace tiempo me referí a este hecho al comentar, desde páginas como estas, que las yeserías que adornan el convento de Campillo encierran un programa iconográfico sencillo para poner de relieve y ensalzar las dos personas más queridas para la orden recoleta, por un lado San Agustín, al que tienen por su santo fundador, y por otro lado a Nuestra Señora, aquí bajo la advocación de La Loma, madre del Salvador y a la que se encomiendan en caso de necesidad material o espiritual.

Pues bien, el intradós de la cúpula del santuario y las cornisas de sus bóvedas están recubiertas de profusas yeserías de raigambre andaluza en donde abundan numerosos elementos simbólicos acompañados de monstruos, dragones, demonios y animales malignos que, como hemos dicho, encierran un significado simbólico y espiritual.

En la arquitectura sagrada la cúpula y las bóvedas simbolizan el cielo, el paraíso, lo que está en lo alto, el lugar o morada de los bienaventurados al que aspiran a llegar también los fieles cristianos. Es curioso que esta decoración de yeserías se extienda por estas partes más elevadas del templo, de cornisas hacia arriba, mientras que en la parte inferior de los muros es casi inexistente, a excepción de las embocaduras de las capillas que, puestas bajo la advocación de algún santo (San Agustín, San Cristóbal…) o de la Virgen de los Ángeles, de la Soledad, de Jesús Nazareno, etc. son, simbólicamente hablando, zonas celestes del mismo modo.

O sea, que en las bóvedas tenemos un lugar celestial, allá en lo alto, mientras que la parte baja, donde se sitúa y por donde se mueve el pueblo llano, es zona terrestre, de pecadores, de humanos que aspiran a subir algún día al cielo y hacia donde deben levantar sus miradas suplicantes.

El intradós de la cúpula es el punto, o mejor la superficie, más elevada y decorada, porque alude y es representación del cielo donde reina María y por donde anda San Agustín extasiado en la contemplación de la Santísima Trinidad.

Las pareidolias

Y en esta decoración interior del espacio cupular podemos atisbar algunas pareidolias, que son unos efectos psicológicos, un tipo de ilusión óptica que se suele producir al mirar materias poco definidas, una forma de ver, que nos permite contemplar figuras que, aparentemente, no existen en realidad, pero con la contemplación de todos los símbolos repartidos por allí, con flores, frutas y otros elementos decorativos, nos llevan a imaginar fenómenos que podemos identificar con el rostro de San Agustín por ejemplo, una cara de luengas barbas, y algunos rostros de sonrientes figuras de otros mundos que le acompañan.

Sucede algo así como cuando entramos en cuevas espaciosas llenas de estalactitas, estalagmitas y columnatas que, adecuadamente iluminadas, nos hacen creer que vemos figuras de personas, de animales o de otras cosas, es decir, que nos conducen al terreno de las pareidolias, término que no significa otra cosa que semejante o parecido a una figura o una imagen, son fenómenos psicológicos que nos llevan a ver imágenes reconocibles en lugares donde no lo están, en las nubes, en el relieve montuoso, en pinturas de edificios, etc. pero hay que insistir que se trata de fenómenos o ilusiones ópticas e incluso alucinaciones, y que no dejan de ser ingenios visuales o hallazgos poéticos, como si de una combinación entre lo real y lo fantaseado se tratara.

En cuevas famosas como la de Nerja, o la cueva de San José en Val d’Uixó (Castellón), esta última con el río subterráneo navegable más largo de Europa, son un par de ejemplos donde se dan y podemos contemplar estos fenómenos cognitivos de tipo psicológico. No sabemos si en estas pareidolias existe una cierta intencionalidad o son efecto de la pura casualidad, pero al haber tantas repartidas por toda la decoración de la nave del convento, de las cornisas hacia arriba sobre todo, y en especial en el interior de la cúpula, nos permite pensar que fue un fenómeno buscado con el que se pretendía transmitir algún mensaje soteriológico (sobre la salvación) a los humanos que supieran mirar y ver lo que están diciendo estas decoraciones.

Sin esforzarse mucho, por allí pueden verse rostros de demonios, de monstruos, dragones, animales malignos que de algo avisan a los creyentes. Si no se aguza la vista quizá no se vean más que decoraciones florales o vegetales, hojas de acanto, cardinas, etc., pero si se fija uno bien se encuentran rostros demoníacos, elementos infernales e incluso algún dragón que de forma indubitable adorna el testero de la puerta de salida del templo. 

Contribuía a la detección de estos fenómenos visuales y psicológicos el uso del color, el rojo de la almagra, que es un color expandente, el azul del azulete que tiende a la contracción, el negro obtenido del hollín y el blanco del propio color natural del yeso, cuya combinatoria puede llegar a despertar fervor religioso, a lograr una sacralización del espacio y a despertar experiencias profundas emocionales o religiosas.

A principios del siglo XX, en 1905, Victoriano Rubio, aquel pintor que repintó las yeserías de las bóvedas con los colores chillones que nos han llegado a la actualidad, ya se dio cuenta del fenómeno y si se sube al coro lo podremos comprobar sin ninguna dificultad. Dense una vuelta por allí y podrán saludar a los demonios representados con abundante presencia de elementos vegetales en las divertidas y sorprendentes composiciones.

Simbología de la decoración

El convento de Campillo está lleno de símbolos, agustinianos o no, marianos o no, aunque así sucede en la mayoría de las ocasiones, pero ahí están, queriendo transmitir una lección de espiritualidad a los creyentes, a quienes avisa de que lo terrenal no es importante, que el maligno acecha desde todas partes y vigila desde las cornisas, que el esfuerzo de conversión es ascensional, que la Gloria espera a los que se esfuerzan y donde espera San Agustín la llegada de los justos extasiado en la contemplación de la Trinidad.

San Agustín, que era conocido como “El Águila de Hipona”, por la altura de su pensamiento, está representado simbólicamente, y en varias ocasiones, con figuras del águila, el ave solar por excelencia, que es capaz de mirar fijamente al sol sin parpadear. Así, podemos encontrar cuatro águilas junto a los animales emblemáticos de los cuatro evangelistas, o tetramorfos, en las pechinas de la cúpula sobre los pilares torales que la sostienen.

En las decoraciones del intradós de la cúpula, de igual modo, podemos ver más águilas alusivas a San Agustín, pero también encontraremos serpientes aveneradas (con perfil de venera o concha), y no es algo extraño, porque la serpiente en este caso, simbólicamente hablando, es un águila transmutada que se relaciona con la peripecia vital del santo obispo, el cual después de una vida de pecado y disipación, de comportamiento poco edificante, se convirtió, y ese animal y símbolo maligno de la serpiente, se transformó en algo positivo, cambió su vida de pecador sumido en el fango, por otra vida de devoción y piedad.

Y estas serpientes que pueden verse adornando la cúpula, tienen algo de especial, van como cubiertas con un penacho detrás de su cabeza, que no es otra cosa que una concha marina, una venera, alusiva a un pasaje de la vida del santo obispo, cuando se encontró en la playa a un niño que con una concha pretendía meter toda el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Al advertirle el santo al niño, que no era otro que Jesús, de que esa operación era del todo imposible, este le respondió que del mismo modo era imposible algo en lo que Agustín estaba empeñado, conocer el misterio de la Santísima Trinidad. De ahí se tomó la venera, la concha, como un símbolo agustino, y el artista la lleva a la cabeza del reptil generando una decoración y un símbolo a veces poco conocido si uno no está al día de algún detalle como este de la vida del santo, pero que explica la presencia en las yeserías de estas serpientes aveneradas y por eso reafirmamos la intencionalidad que encierran los símbolos y el sentido que tienen estas decoraciones.

El convento y santuario de la Virgen de La Loma de Campillo fue una obra arquitectónica debida a un fraile agustino-recoleto, Fray Pedro de San José (Pedro Ocaña), arquitecto, pero que también estuvo allí de prior casi veinte años, un personaje de gran altura intelectual, que desempeñó otros cargos importantes en la orden recoleta, lo que nos permite pensar que esta decoración de yeserías con mensaje, que había visto utilizar por las iglesias andaluzas, es obra suya igualmente.

Él sería además del arquitecto que levantó los planos del convento, el inventor del programa iconográfico, el mentor teológico del mismo, una decoración con la que quiso transmitir un mensaje espiritual a los peregrinos, a todos los frailes de su comunidad, de los que llegó a haber cuarenta entre sacerdotes ordenados, legos, coristas y donados, y a los devotos que visitaban el santuario de la Virgen de La Loma al que acudían en busca de sosiego y un poco de descanso en su viaje por el Camino Real de Madrid a Valencia o viceversa.

El adorno, la magnificencia del templo no queda olvidada, no pasa a un segundo lugar, pero a la vez, y esto es lo importante, si uno se fija mejor, se pueden contemplar otros mensajes transmitidos mediante las yeserías, el sencillo y barato yeso, que sirve como vehículo para avisar de que el maligno está siempre al acecho contemplando las miserias humanas y poniendo toda clase de dificultades para su ascensión a la Gloria, donde el santo a imitar, Agustín de Hipona, contempla directamente la Santísima Trinidad en compañía de la Virgen Santa de La Loma, y la ve directamente, como el águila mira al sol, a la Divinidad, sin parpadear.

Estamos ante una lección teológica, puesta intencionadamente allí con el recurso de unas yeserías decorativas que transmiten mucho más de lo que en principio pudiera pensarse, y es obra de persona preparada para ello, en este caso el arquitecto agustino Pedro de San José, constructor, pero también decorador y con formación suficiente en teología y en simbolismo.

Las limitaciones de espacio en estas páginas no permiten incluir demasiadas ilustraciones, pero sí las suficientes para corroborar lo que va dicho y recomendar una visita atenta al santuario de la Virgen de La Loma: rostros luciferinos pergeñados con elementos vegetales, grutescos en grisallas con alguna nota de color repartidos entre la mazonería del retablo mayor, como es el caso del rostro leonino de cuyas fauces penden tres rosas rojas de significado virginal, o aquel otro de realización similar que en este caso parece un rostro humano que sujeta en su boca una cartela con tres azucenas blancas, también una alusión mariana, o la composición vecina donde podemos ver unas hojas vegetales transformadas en una cabeza de águila cuyo pico sujeta un ramaje en el que se atisba un rostro humano tocado de un hipotético casco minervino.

Y, finalmente, quizá lo más llamativo y chocante, las pareidolias que aparecen en la decoración del interior de la cúpula, complicadas de ver y difíciles de describir, pero busquen el báculo episcopal y verán como parece que esté dando forma a la nariz del rostro agustiniano, encima las órbitas oculares y abajo la boca con sus venerables barbas.

Sigamos fijándonos en los gallones de la media naranja y con facilidad descubriremos otros rostros conformados mediante los adornos vegetales y animales que recubren el espacio, de aspecto divertido y sorprendente, pero ahí están y ahí los puso el arquitecto para decir algo a los fieles, yesos que había visto usar en las tierras andaluzas de María Santísima.

 Santiago Montoya Beleña

 2025

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