La procesión de la Minerva, una costumbre desaparecida en Campillo

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Hermandades y Cofradías

Durante el Antiguo Régimen (hasta principios del siglo XIX) estuvo bastante generalizada la existencia en nuestras poblaciones de numerosas hermandades y cofradías, pero especialmente dos: la Cofradía del Santísimo Sacramento y la Cofradía de los Esclavos de la Virgen del Rosario, de existencia obligatoria por imposición eclesiástica.

Y Campillo de Altobuey no fue una excepción. La fundación de la Cofradía de los Esclavos del Rosario de Campillo fue debida a la presencia y predicaciones en la localidad de los dominicos del Convento de la Santa Cruz de Carboneras de Guadazaón, ya desaparecido, quienes alentaron por la comarca esta devoción, relacionada con la batalla de Lepanto y las indicaciones doctrinales del Concilio de Trento.

Las Cofradías del Santísimo Sacramento se extendieron con gran éxito por todo el país, contando Campillo en este caso con una cofradía de esta advocación. Y sin ser una organización de tipo asistencial, contó con numerosos hermanos y cofrades, manejó grandes cantidades de fondos económicos, muy elevados, puestos al servicio del cumplimiento de sus objetivos principales, que eran extender, aumentar y dignificar el culto al Santísimo Sacramento en todas las poblaciones y en todas las clases sociales, una devoción que venía aumentando sin parar desde la lejana Edad Media.

Hasta de las fiestas taurinas sacaban dinero, levantando un entarimado en la plaza del pueblo, el llamado Corredor de los Toros, que alquilaban o cobraban una entrada para ver desde allí las fiestas y corridas de toros con toda comodidad y seguridad. Las actividades principales de la misma de tipo religioso, según se ha comentado, iban dirigidas a potenciar el culto a Jesús Sacramentado, ocupándose así de organizar la Procesión del Corpus Christi, o del Jueves del Señor; de las Cuarenta Horas de Vela a Jesús Sacramentado en tiempo de Carnaval, para paliar los excesos que se cometían en esos días ; los Viáticos a los enfermos y moribundos, el “ir a dar al Señor” a los impedidos o a quienes lo necesitaban por su estado de salud quebrantada o por estar pasando por los últimos momentos de la vida. También se ocupaba esta cofradía sacramental de organizar las fiestas de la Octava del Corpus, las fiestas de la Infraoctava, o periodo de tiempo semanal que transcurre desde el Jueves del Señor o Corpus Christi y el jueves siguiente o de la Octava del Corpus.

Fiesta y Procesión de la Minerva

Pero, asimismo, también se ocupaban de organizar la fiesta y Procesión de la Minerva, que en Campillo fue muy importante y que, como tantas otras, ha desaparecido, ya no se celebra, aunque tenemos abundantes noticias de sus actividades, conocidas todas ellas por la información archivística y documental conservada entre los ricos fondos del Archivo Parroquial. Y es de esta Procesión de la Minerva de la que nos vamos a ocupar en este escrito para conocer un aspecto más de nuestra propia historia y de nuestra cultura.

Tiene un nombre que nos puede resultar un poco curioso, Procesión de la Minerva, existiendo en otros muchos lugares la Cofradía de la Minerva, que no fue el caso de Campillo; aquí la cofradía sacramental fue la del Santísimo Sacramento. Este nombre tiene su origen en el siglo XVI, en 1539, en que el Papa Paulo III funda en Roma, en la iglesia de los dominicos de Santa María Sopra Minerva, una de las Compañías del Santísimo Cuerpo de Cristo que en el siglo XV fundara a su vez San Bernardino de Feltre, que tenían como objetivo el cuidado de la lámpara perpetua que ardía delante del Santísimo.

Pues bien, aquella iglesia de Roma dedicada a Santa María había sido levantada sobre (sopra) las ruinas del templo consagrado a la diosa Minerva, diosa de la sabiduría y trasunto de la Palas Atenea de los griegos. Pues de esa coincidencia fundacional en una iglesia romana construida sobre las ruinas del templo de Minerva pasó ese nombre a esta celebración, muy importante en el culto católico dedicado al Santísimo Sacramento. Es decir, que no solo se aprovecharon de las viejas piedras del antiguo templo pagano, sino que también se aprovecharon de su nombre, el de la diosa Minerva.

Como los protestantes negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la jerarquía eclesiástica se esforzó en potenciar su culto para tratar de hacer frente a las ideas heréticas de los protestantes, creando para ello nuevas cofradías, nuevas procesiones, como esta, prácticas de piedad, ritos y liturgias, cantos sacramentales, etc.

Todos los jueves la cofradía celebraba misas al amanecer, o misas de alba, por los hermanos fallecidos y bienhechores, celebración que fue protestada por los curas participantes y pedían un real más de compensación económica por el madrugón que se tenían que dar, porque de lo contrario no les merecía la pena.

Los terceros domingos de mes celebraban misas especiales, cantadas a veces, eran los Domingos de Minerva, misas que iban seguidas de esta solemne procesión desarrollada dentro de la iglesia, aunque en algunas ocasiones, si el tiempo y la gente acompañaba, podía salir a las calles de los alrededores de la iglesia parroquial. La custodia colocada en su trono procesionaba por el interior del templo, llevado el trono a hombros de sacerdotes, y bajo palio de ocho varas. También se quejaron los curas de que el trono y custodia pesaban mucho y les hacía daño en el hombro, produciéndoles contusiones, y tantas, que hubo que aligerarlos de peso, lo que nos indica al menos que debieron ser piezas importantes y valiosas.

La realización de la custodia fue obra del platero conquense maestro Antonio Yangües, por la que cobró 2.850 reales; el trono se encargó al tallista Manuel Salzedo que cobró, en principio, 380 reales, pero al salir con demasiado peso y haberse quejado los curas por esta circunstancia, lo tuvo que aligerar y hubo que añadir al pago otros 53 reales, además de 1.237 que costó dorarlo.

En el medio de la iglesia preparaban un altar monumental o catafalco, muy bien adornado, donde colocar la custodia y llevar a cabo la solemne exposición. Por entonces las iglesias no tenían muchos bancos como ahora; en Campillo solo existían los llamados bancos de los Jaraba, los del ayuntamiento y pocos más. Como mucho se cubría el suelo con esteras de esparto y en ellas se sentaban las personas para seguir las ceremonias.

En la Visita Episcopal de enero de 1746, las cuentas recogen un gasto importante para la preparación de la fiesta o Procesión de la Minerva: dos frontales de damasco blanco matizado guarnecidos con una franja de seda y forrados que usaban en la mesa o altar que se ponía en los domingos de la Minerva, es decir, los terceros domingos de cada mes. También hay anotaciones contables de gastos por compra de manteles y alfombras adecuadas para la instalación de este altar, entre otras cosas. Si a toda esta parafernalia se añaden las numerosas velas y luminarias encendidas, obligatorias para los cofrades, hachones y blandones, ramos de flores naturales y otros muchos de metales plateados y repujados, ramos de hojalata policromada, ramos de flores de tela, más el olor del incienso, el alfombrado de hierbas aromáticas (espliego, romero, tomillo, morquera…), el canto de himnos y canciones sacramentales, la música del órgano a cargo de organista campillano cuyo nombre conocemos, Miguel Salvador, chirimías y ministriles, las lujosas vestiduras del abundante clero, los faroles de vara y de asa, almohadas de lucimiento, guiones y estandartes, colgaduras  y tapices para las paredes y columnas de la iglesia,  etc., etc. , el efecto sorpresa en los asistentes estaba asegurado, así como el éxito generalizado de toda la Minerva.

Era una fiesta completa, de un barroquismo desaforado, un espectáculo barroco que hacía las delicias de todos los asistentes, cofrades, devotos y curiosos, era un motivo para entretenerse, para ver y ser vistos, para salir de casa, según se diría hoy, y para atender las necesidades espirituales de los que las tuvieran en aquellos tiempos. Era una celebración de gran interés antropológico y muy útil para el conocimiento de la historia de las mentalidades, desde sus primeros e interesados inicios en contrarrestar las críticas protestantes, hasta su propia evolución y desarrollo a lo largo de los siglos, y su contribución a la generación del tejido organizativo y participativo de Campillo y los campillanos de entonces, todo desaparecido ya.

Otros son los tiempos y otros los intereses, pero aun así tenemos la obligación, el derecho y la satisfacción de conocer la vida de nuestros antepasados porque sin memoria histórica y colectiva no somos nada, y como decía el gran escritor y premio nobel José Saramago: “Somos la memoria que tenemos”.

Santiago Montoya Beleña

2022

imagen: Procesión de Minerva de la parroquia de San Miguel, Jerez.

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