Campanas de Campillo: un lenguaje perdido

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España es uno de los países europeos que cuentan con un excelente patrimonio campanero y eso que las guerras se cebaron con ahínco en su destrucción. Lo cierto es que las campanas siempre salían malparadas con la excusa de utilizar el bronce para fundir cañones, hacer munición o simplemente obtener dinero con la venta a peso del metal. La guerra de la Independencia con los franceses, la desamortización de Mendizábal o la última guerra civil, son tristes ocasiones del maltrato infringido a las campanas.

Cuentan los viejos del lugar (los hay todavía con buena memoria) que las de Campillo se tiraron desde lo alto del campanario. haciéndose añicos. Menos viejos son los que se acuerdan de cuando se subieron las actuales y cómo lo hicieron sirviéndose de gruesas maromas. En esta foto se recoge el momento de la bendición y los preparativos para ser izadas al campanario:

Las campanas son objetos sagrados y han cumplido un papel principal en el año cristiano, en la liturgia y en el culto, pero también han tenido relación con algunos aspectos de la vida profana, y como sus voces de bronce han perdido parte de su antiguo protagonismo, no está de más recordar a los más jóvenes, siquiera por una vez, la mágica historia de estos instrumentos musicales.

Y digo bien: son instrumentos musicales; hay maestros campaneros y músicos que escriben o componen música para campanas, como el valenciano Llorenç Barber, que da conciertos con todas las existentes en los campanarios de la ciudad del Turia, así como en numerosos países (Alemania, Italia, Portugal, Francia, Inglaterra, México, etc.). Jóvenes entusiastas se han agrupado en diversas asociaciones para estudiarlas, hacer el inventario nacional de todas ellas, recuperar toques antiguos y sentir la emoción y el vértigo en su propio cuerpo cuando, agarrados y atados a la campana más grande, son volteados con ella en un repique de peligro mortal, como sucede en el pueblo valenciano de Castielfabib, en la comarca del Rincón de Ademuz.

En Campillo, y en tantos otros pueblos, el lenguaje de las campanas sirvió de comunicación entre sus vecinos y transmitía información de sucesos azarosos. Aún habrá quien se acuerde del “toque de difuntos”, cuando al doblar a muerto se sabía si el fallecido era hombre o mujer, según el inicio fuera de un agudo y dos graves, o dos agudos y un grave, respectivamente. Muy distinto sonaba el toque si el fallecido era un niño menor de siete años, en cuyo caso las campanas no doblaban, sino que repicaban o “tocaban a gloria», por la seguridad del ascenso al cielo del alma del inocente. Es algo parecido a la tradición valenciana de bailar, comer y beber en el velatorio por la muerte de un «albaet«, o sea, de un niño pequeño menor de siete años. Los padres apenados y llorosos junto a su hijo, que está de cuerpo presente, y a la vez los familiares y amigos bailando y bebiendo en la famosa Danza del Velatorio. Los toques de difuntos se repetían en las misas de «cabo de año» o conmemoración del primer aniversario de la muerte de una persona; en la noche del Día de Difuntos y en el momento de la Consagración, en las misas de funeral, para recordarle a la gente que se estaba “tocando a alzar a Dios”

El repique de campanas era y es más alegre. Su bullicioso y atropellado sonido avisa de la fiesta y hace partícipes de ella a los lugareños. Los sábados y vísperas de fiesta se repicaba al atardecer para recordar la dominica del día siguiente o la próxima celebración. La gente se santiguaba en señal de respeto al oírlas y decía o pensaba para sus adentros: «Mañana, domingo». Y así empezaba aquella copla escatológica que las abuelas enseñaban a los nietos:

“Mañana domingo

se casa Benito

con una gitana

que tiene las tetas

como una campana»

(Y aún sigue más, pero no es cosa de escribir aquí).

Otro toque existente en Campillo era el «toque de fuego» o «toque de arrebato«, que consistía en repicar todas las campanas, de día o de noche, a destiempo y a deshora, para avisar de que había incendio en alguna casa, en las hacinas de las eras o en el pinar. Se trataba de un toque muy temido, por las consecuencias que podría traer y que hacía ponerse en marcha inmediatamente a todas las personas, con sus cubos en la mano, para tratar de ayudar en la extinción del incendio. Cuanto antes se apagara el fuego, mejor, y menos habría que pagar en el reparto de gastos ocasionados por las llamas, como si de un seguro de incendios se tratara.

El más habitual era el «toque de diario» o toque de Misa; en realidad eran tres toques de campana con un intervalo entre ellos de quince minutos y previos al inicio de la Misa; eran las tres señales, primera, segunda y tercera, o los tres toques, primero, segundo y tercero, con una duración aproximada de un minuto o dos, unos setenta u ochenta golpes de badajo seguidos, dados uno detrás de otro sobre la campana grande, con un pequeño silencio al final y dando a continuación un golpe más, o dos o tres, según fuera la primera señal, la segunda o la tercera, respectivamente. Este sistema de las tres señales se utilizaba además para tocar y convocar al rezo del Rosario.

Las campanas suelen tener nombre; están «bautizadas» con el nombre del donante o de la fiesta en que se bendijeron y suelen llevar una inscripción con sus características, peso, afinamiento, fabricante, fecha de construcción, etc. Una campana famosa y conocida de todos es el «Micalet», que incluso dio nombre a la torre-campanario de la catedral de Valencia; otra es la «Caterina» etc.

También el reloj de la torre de la iglesia de Campillo se sirve de una campana para dar las horas. Hoy día todo el mundo tiene un reloj, pero antes era el del campanario el que medía y marcaba la vida de la gente:

– ¿Qué hora será?

– Las 9 han dado en la villa.

– ¡Sí! Ahora están dando las 9 de repetición.

Es una forma muy hermosa de referirse al reloj de la torre, o reloj del pueblo, como el reloj de la villa y reducir la expresión a «la villa», sin más. Desde los campos de los alrededores se oía dar las horas, avisando a los labradores si ya era tiempo de finalizar la tarea y volver a casa.

El reloj antiguo de Campillo es una buena pieza de arqueología industrial que está expuesto en el Museo (en la sección de arqueología industrial, detrás del altar mayor) con la pesa de piedra que regulaba su cuerda y que forma parte del conjunto de labores de picapedrero que se exponen.

Debieron existir otros toques de campanas, como el del Angelus, por ejemplo, pero ya se han perdido. Los tiempos cambian y con ellos las costumbres.

Hace unos años se restauraron las campanas de Campillo, se cambiaron sus truchas o melenas de hierro por otras de madera que les confieren una mejor sonoridad. Desapareció la “Matraca” o carraca gigante de madera que en el campanario servía de campana para llamar a los fieles en los momentos en que no se podía tañer por respeto, como era el caso de la Semana Santa. En Campillo está documentada su existencia, aunque no existe esta carraca en la actualidad, pero quien así lo desee puede ver una en el campanario la iglesia de Paracuellos de la Vega, donde sí se ha conservado una gran carraca o matraca en el campanario de su iglesia parroquial.

La torre parroquial campillana está falta de algunas campanas; en su momento no se repusieron todas porque son piezas de valor considerable, con lo que el espectáculo de su tañido está servido solo a medias.

Peor suerte ha corrido la espadaña del hospital del Cristo, vacía y muda, cuando en otros momentos formó parte del paisaje sonoro de Campillo aunque al menos una campana le hemos conocido. ¿A dónde fue a parar esa campana?, ¡Vaya usted a saber! Es un campanario barroco hermoso, muy deteriorado y al que no se le ha prestado atención; el hecho de ser parte de la arquitectura eclesial, pero estar colocado sobre el tejado de la casa-hospital (ahora propiedad del municipio) le han conducido a la situación de desamparo en que se ve y sus arcos vacíos parecen boca que grita y demanda su reposición. Fue trasladada y colocada en el cimbalillo o pequeña espadaña que existe sobre el tejado de la sacristía de la parroquia.

No mejor suerte corrió el campanario del convento. Una restauración incorrecta de sus cubiertas llevó a eliminar la habitación de campanas y el acceso a la misma. La espadaña al aire ha perdido la sombra en sus ventanas y con ello se ha alterado la lectura plástica y arquitectónica de la fachada conventual ¿Tan difícil sería recuperar su imagen original? Creo que no.

A los pequeños campanarios de San Roque y del Padre Eterno se les hizo un lavado de cara y cuentan con sus correspondientes esquilas, aunque también se les eliminaron las escaleras de acceso, propiciando así un anonimato buscado o sobrevenido.

Y el que peor lo lleva es el campanario del que muchos ni se habrán percatado de su existencia; me estoy refiriendo a la espadaña del cimbalillo mencionado líneas atrás, ubicado sobre el tejado de la sacristía de la iglesia parroquial, cuya construcción está documentada en los Libros de Fábrica durante el siglo XVIII y serviría para llamar al canto de las Horas Sagradas a los más de veinte presbíteros que llegó a haber en la parroquia de Campillo. En la actualidad dispone de campana, la cual, si la memoria no me engaña, y creo que no, procede del vecino Cristo, aunque sigue tan muda como aquel.

En definitiva un diálogo de sordos entre la imponente torre de la iglesia parroquial, (que hubiera presumido de altura y de voz) rodeada de las achacosas espadañas de sus primas hermanas, las de las otras ermitas del pueblo, las cuales, unas como bocas sin dientes y otras con los huesos alterados, y habiendo pasado todas por el quirófano de la vida con la intención de alargar en el tiempo su belleza arquitectónica y musical han visto mermada su función de acompañamiento en la vida campillana.

Santiago Montoya Beleña

2007

Fotomontaje de José Luis Mazcuñán

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